25 de agosto de 2015

Granada ya no es Granada

Eso me decía mi compañero Santiago, granadino de nacimiento e hijo adoptivo de mi pequeña cuidad desde hace casi la edad de sus hijos, un cuarto de siglo. "Mis chicos llegaron aquí pequeños. Ellos ya son manchegos. No se acuerdan de Granada para nada. Yo, cada vez que voy, siento que poco a poco, de todo aquello que recuerdo, va desapareciendo su esencia: tiendas, restaurantes, barrios, plazas...". Y yo sólo recuerdo Granada de paso, un fin de semana, allá por el año noventa y cinco. Recuerdo sus lugares típicos: la Alhambra, el Albaicín y la hermosa calle de El paseo de los tristes. Recuerdo unas ricas habas tiernas con jamón, un bacalao con tomate y una noche que duró hasta las cuatro de la madrugada.

Para el turista accidental, Granada siempre será Granada. Para quien nació y vivió hasta su juventud en ella, Granada ya no es Granada. Porque toda ciudad monumental tiene su vida de barrio, sus jardines secretos de infancias, sus rincones de adolescencias y los lugares típicos de quedadas con las pandillas de juventud. Toda ciudad tiene un banco en algún parque que nos espera, en donde fuimos beso y ahora somos descanso. Toda ciudad tiene su cotidianidad, sus recorridos habituales, sus olores y sus escenarios que forman parte de lo que somos porque los vivimos y nos viven. Y Granada está cambiando para mal, se lamentaba, en ese feismo que nos coloniza: franquicias (que son como esa fauna o flora no autóctona que invade nuestros montes y ríos y acaba con la vida autóctona), la plaga de esos negocios que son un bazar caótico en donde no está tu tendero de barrio habitual... Un mundo, el que nos perteneció y al que pertenecimos, que sucumbe para dejar paso a un mundo para otros, que lo vivirán con normalidad porque este será su mundo, el que consumen y les consume, el que viven y por el que serán vividos. 

En esa Granada que ya no es Granada pensaba mientras paseaba esta mañana por esta Ciudad Real que nunca fue mi ciudad. Es la ciudad de mis hijas, son sus calles, sus parques, sus plazas... Así lo escribí en un texto titulado Pertenencia: 
"Esta ciudad ha acogido la infancia de mis hijas, mi maternidad recién estrenada, sus primeros llantos por un arañazo en sus rodillas. Sus parques son el verdor de sus primaveras y el frescor de su risa infantil. Y es este sosiego suyo, de pequeña ciudad de provincias, esta calma chicha que tantas veces me ha desesperado, la que ha sido fuente de tranquilidad para estas dos infancias que casi están dejando de ser. Ellas sí encontrarán en esta ciudad esa primera pertenencia, la primera querencia, la memoria que siempre atraviesa el tiempo y la distancia para encontrarse con esos cielos, esos soles, los aromas y los sonidos que de mí se escribieron en otra parte".

El desarraigo acontece cuando todo ese poder evocador está en otra parte, sí, pero el más doloroso desarraigo es cuando ya nada de lo que un día fue es en esa otra parte que solo guarda nuestra memoria. Escribe Landero en 'El balcón en invierno', algo así como que tal vez por eso escribe sobre aquel mundo que pareciera que existió hace siglos, para que no se pierda, para asir lo vivido... Porque algún día fallará la memoria, y ya dará igual eso de que Granada ya no es Granada, que tu pueblo ya no sea tu pueblo, que la que fue tu casa ya solo sean muros a merced del tiempo, porque nada tendrá constancia de lo que un día fueron y de la vida que se dio en ellos. Todo aquello de lo que fuimos testigos de su bullicio, de su esplendorosa vida, y que lentamente se ha agotado, ha sido sustituido o se ha transformado, ya no será nunca salvo en  nuestra memoria que lo revive en blanco y negro, onírico, irreal y ficcionado en medio de una nueva realidad, de un nuevo estado de cosas a las que a duras penas nos vamos adaptando. Cuando Granada ya no es Granada, sólo la memoria es capaz de mantenernos en pie.


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