23 de agosto de 2015

Renovación




Hay dos fuerzas que nos mantienen vivos, una es la resistencia. Sabio epitafio ese de Quien resiste, vence. La otra fuerza es la renovación. Basta una tormenta, un golpe de lluvia que anegue canalones, atarjeas y calles para que todo, por un breve instante, se vuelva caótico, se rompa, se deshaga, se descoloque... Un impetuoso golpe de agua que se lleve todo lo frágil, lo que no resiste, lo inservible, lo inútil... Un golpe de agua que nos azote, que figuradamente nos ponga ahí, a la intemperie, y nos sacuda, y nos rompa, y nos desbroce. Y resistimos, como el viejo limonero a las heladas o al granizo que lo despoja de su flor de azahar y la convierte en una blanca alfombra muerta en derredor de su tronco.

De niña, me gustaba recorrer ese paisaje desolado tras una tormenta: los guacharones (así llamábamos a las crías sin plumaje de los gorriones) caídos del nido y aplastados contra el suelo, los restos de cal de las viejas paredes de la fábrica de la harina desconchadas por la violencia del agua, las aceras embarradas tras haber sido anegadas por el riachuelo achocolatado en el que la tormenta había convertido las calles. 

A la desolación de parecer el único ser sobre un planeta derrotado, se iba sumando una agradable sensación de paz en esa revenida calma en la que todo eran murmullos de supervivencia: las hojas escurriendo las últimas gotas en un ligero respingo que las libera del peso; el cielo, que minutos antes era un infierno desatado, ahora se despejaba y se abría en un sereno azul en el que se diluían los restos de nubes como inocuo humo o volaban ligeras hacia otros cielos; el aire, aún tembloroso, purificado, sin olores. De ese aire me gustaba llenar los pulmones en una profunda inspiración y espiración en donde la tensión que siempre me provocaba una tormenta de esas magnitudes al fin se liberaba. La vida volvía lentamente a las calles y todo retornaba a su ser. Aquella conciencia infantil entendía que se había establecido un nuevo orden en el mismo mundo, que se había producido una limpia, y que todo lo que no había resistido había sucumbido o sufrido un daño irreparable. Pero todo aquello que había logrado resistir, incluida esa niña que se paseaba por ese paisaje mutilado, tenía una nueva oportunidad en ese nuevo mundo renovado.

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