21 de agosto de 2015

Oda a una flor

A ti, que lenta y silenciosa te abres a la vida,
aún exenta de los aromas que serás,
tal vez imprecisa en tus colores.
A ti que te giras a la luz,
cual grácil movimiento de cintura
de una instruida bailarina,
mas quieta permaneces en las sombras
como una sombra más
sin saber si habrá o no habrá otra mañana.

A ti que te desenvuelves
como una mujer que se desviste,
y te alzas,
y te meces,
y te arrugas,
y te retuerces,
y te agachas
y de la misma manera que ayer nacías
hoy mueres: lenta y silenciosa.

A ti, que ignoras la belleza de tu existencia,
roja como las brasas rojas,
como la sangre fluye escandalosa de la herida,
cálida como los soles de abril,
rosa como los tiernos labios de los infantes,
blanca y pura como pura inocencia,
amarilla como los vidriosos ojos de las aves
que nos contemplan desde su cielo libre,
violeta como el mar de la tarde.

A ti, que naces en cualquier rincón
y del rincón haces un universo
para las abejas y el colibrí.
A ti, que te yergues entre centenos
o te hacen nacer en un vivero,
que engalanas grandes salones,
y adornas los pies y cabeceras de los muertos.
A ti que naces solo para ser lo que eres,
a ti te envidio,
por no saber ser lo que soy.



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