24 de septiembre de 2015

Por prescripción facultativa

Entre 1958 y 1963, un gran número de embarazadas, que presentaban nauseas y vómitos persistentes durante el periodo gestacional, tomaron un medicamento prescrito por su médico de cabecera. Todo medicamento puede tener efectos indeseables, es lo que denominamos efectos secundarios, y cuya aparición, o no, depende de la sensibilidad de quien lo consume. La ley establece que todo medicamento que sale al mercado lleve consigo un prospecto en el que aparezca la ficha técnica del fármaco: principio activo y otras sustancias, indicaciones, contraindicaciones, posología y efectos secundarios o adversos. 



Las náuseas y los vómitos son frecuentes en el primer trimestre del embarazo, y tiene que ver con el cambio hormonal. La náusea no provoca necesariamente el vómito, pero sí inhibe el apetito y crea mal estar. Suelen aparecer a primeras horas de la mañana e ir disminuyendo la intensidad a lo largo del día. Solo si esas náusea conllevan inevitablemente al vómito tras cada ingesta, con lo cual puede producirse un desequilibrio de los ácidos y las bases y riesgo de deshidratación y desnutrición en la embarazada, así como un estado de ansiedad permanente, se recurre al tratamiento farmacológico de tales síntomas. 

A mediados del siglo XX, la investigación del químico Wilhem Kuzn había dado como resultado la síntesis de una molécula cuyas propiedades eran, entre otras, el control de las náuseas y los vómitos persistentes durante el embarazo. Sería Grenmle Grünenthal, de los laboratorios Grünenthal, quien aplica la molécula como principio activo de casi un centenar de medicamentos que, con distinto nombre, serían comercializados en un gran número de países de Europa. EEUU rechazó el producto porque una de sus especialistas consideró que eran necesarias más pruebas de seguridad por parte del fabricante, en este caso el laboratorio alemán.

Los médicos confían en la fiabilidad del producto que presenta un laboratorio, confían en que ha pasado todos los ensayos y los controles de calidad y de seguridad. El paciente confía en aquello que le prescribe su médico. La toma de un medicamento no es asunto balidí, implica confianza, poner lo más preciado de nosotros: la salud y la vida, en definitiva, en el conocimiento y sapiencia de otro. Podría decirse que es un acto de fe, sí, un acto de fe que tuvo consecuencias irreparables: fetos muertos y miles de  nacidos con malformaciones. Relacionado esto con el consumo de aquel, no tardó nada en aislarse la sustancia maldita: Talidomida. En 1962, el producto fue retirado en todos los países europeos excepto en España. Esta negligencia implica no solo ya la responsabilidad del fabricante, también la estatal. El estado permite que continúe en el mercado un medicamento susceptible de prescribirse y cuyos atroces resultados están comprobados. 

España es el único país que deja a las víctimas de semejante "error" sin ninguna indemnización económica. Requisito inexcusable de los laboratorios Grünenthal es la presentación de la receta, aquella prescripción de hace más de medio siglo, como si la presencia viva del resultado de aquel horror no fuese suficiente. 

En 2012, los responsables de la farmacéutica alemana pidieron perdón públicamente por primera vez a las víctimas. ¿De qué le sirve al daño irreparable que le pidan perdón? El daño no es sólo esas piernas y esos brazos teratogénicamente amputados, el daño, en el caso de los afectados en este país, es la lucha inútil, son los esfuerzos en vano, es el ofensa al honor y la dignidad cuando, incluso, un gobierno niega que el producto haya sido comercializado en España, la ofensa a la inteligencia que es esa burla  de demandar "la receta en donde se prescribía el medicamento", después de más de medio siglo. Ese es el daño: la humillación, la indiferencia, la indolencia... Y, una vez más, los intereses de una multinacional por encima de las consecuencias de un "error inadvertido" en los ensayos de un laboratorio. 

Ningún daño prescribe, salvo cuando lo único que nos queda es el peso de la tierra que nos cubre. Solo esa nos exime de toda culpa si fuimos verdugos, o de todo dolor si fuimos víctimas. Parece ser que sólo queda la otra Justicia, la divina, si es que existiere.




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