3 de noviembre de 2015

Lluvia en diferido

Acaba de cesar la lluvia, y la ciudad destila humedad por todas sus esquinas. Charcos en los desniveles de las calles y avenidas, hojas abatidas que forman hileras a lo largo de los bordillos de las aceras, o se amontonan en torno a los árboles, como señuelo de la antigua pertenencia, como una inútil querencia. La gente camina con los paraguas cerrados, por si la tarde depara otro aguacero. El cielo es un toldo de cortinas de grises que lentamente abre claros a un azul intenso, a la rutilante luz de los haces de sol que se cuelan ya por el oeste, en su declinar en este noviembre otoñal.

Centellean las hojas, trémulas y débiles, y su amarillo enfermizo parece revitalizarse en ese baño de agua y luz. Cae el agua desde los árboles, se desliza lenta por las hojas y las vence. Y cada gota se precipita al paseo del parque, atravesadas por el sol como un dardo certero en su diana. Es un momento mágico. Llueve en diferido. Llueve desde los árboles. Llueve desde mis ojos que ven llover bajo un cielo ahora despejado.

La ciudad bajo la lluvia se revela al tiempo tan caótica y herida, como depurada y renovada. Y, a veces, la vida es un poco así, como un día de lluvia, como una semana de lluvia, como un tiempo interminable de lluvia, en donde esta arrastra vivencias y emociones, agolpa sentires contra los muros, los cuela por las alcantarillas sucias y mal olientes, atascadas por una larga sequía, por el inmovilismo o el conformismo de la propia vida. Deshace ese pensamiento en bucle que nos atrapa y no nos deja seguir camino. Y como si fuésemos esas calles anegadas, nos recorre el aguacero de arriba abajo como un río incontenible, arrastrando ramas, barro, papeles, plásticos, incluso algún animal muerto. Y, tras ese inevitable destrozo, acontece el momento mágico dentro de nosotros: lentamente se abren claros, penetra la luz, se precipitan las gotas de agua retenidas sobre nuestros párpados, sobre nuestros labios, sobre nuestros dedos... Nos dejamos llover, nos abandonamos a la lenta caída de las gotas de agua que nos han empapado y que se iluminan y destellan, y cobran la belleza de los diamantes o de las estrellas fugaces en la noche de san Lorenzo. Mueren unos sentires y unas emociones para dar paso a otras, se cierra un ciclo y se depura el escenario para hacer posible el siguiente... La vida siempre encuentra la manera de seguir camino. Sí, la lluvia es algo más que un fenómeno meteorológico. 

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