22 de febrero de 2016

El acoso

Tiene el miedo metido en el cuerpo, le hurga en el estómago hasta que vomita. Así cada mañana, solo con pensar que tiene que subir a ese autobús y sentarse detrás de ellos, o al lado. El pasillo que los separa no es suficiente para sentirse segura, el respaldo del asiento tampoco. A veces, asoma una cabeza por encima de él, y arrojándole un papel a la cara, le dice: "¡Eh, tú!" Y siente cómo el pis se le escapa entre las piernas. Ese autobús es una encerrona. En él aguardan sonrisas burlonas y miradas desafiantes. Veinte minutos... Una eternidad. Veinte minutos con los ojos clavados en la ventanilla, para evitar esos otros que la buscan, y la boca que pronuncia una palabra muda, pero que se lee a la perfección en los labios: p u t a.

Todo ha empeorado desde que fue a quejarse al tutor. Fue a decirle, con la voz entrecortada y la barbilla temblorosa, que, en el patio del instituto, dos o tres la insultaban. Ni siquiera se interesó por saber quiénes eran ni qué le decían, y lo justificó con la edad: "Esa edad tonta que es la adolescencia, en la que tan pronto os insultáis como os estáis comiendo a besos". Luego, en clase, el tutor hizo una alusión en general, al respeto de los compañeros y esas cosas, pero cometió la torpeza de decir su nombre, el de ella. La señalaba con el dedo frente a sus acosadores. Ahora ellos estaban sobre aviso. Y, ahora, se añadía otra palabra muda en el autobús: chi va ta.

Decide que no le queda más defensa que el silencio. En el autobús ni siquiera mira ya por la ventana hacia afuera, ahora esconde los ojos en el suelo. En clase, permanece en silencio. En el patio de recreo, huye de los rincones en donde puedan acorralarla, nunca entra sola al wc. La angustia no la deja dormir. La comida da vueltas en la boca y se resiste a bajar por el esófago. Ha bajado su rendimiento escolar... La madre intuye que algo va mal. A ella, la sospecha también le hurga en las entrañas. Teme preguntar, pero pregunta. Y se derrumba, la niña. Y, luego, la madre. 

A la mañana siguiente, es la madre la que lleva a la niña al instituto. Y busca a su tutor. Y le cuenta que a su hija la acosan en el autobús y en el patio de recreo. Y el tutor le pide calma, y que no use esas palabras tan gruesas, tan mayores: "Acosar... Señora, acusar de eso es algo muy grave". La madre insiste y pide explicaciones. El tutor apela a la inmadurez de los chicos, a que son etapas. El tutor le explica que  activar el Protocolo de Acoso a lo mejor le causa a la niña más daño que unos simples insultos en el patio de recreo. La madre blasfema contra el Protocolo de Acoso y toda la familia viva y muerta del tutor. El hombre la llama a la calma y a la sensatez. 

La sensatez de la madre le dice que saque a su hija de ese lugar, que la cambie de ciudad. Y así lo hace. Pero la niña ya no es la misma. El miedo se ha quedado a vivir en su estómago, y en su cabeza. Y a su nuevo instituto va recelosa, con el cuerpo encogido y los pasos cortos y titubeantes. Con los ojos cansados de no dormir. Se sobresalta cada vez que profesores o compañeros de clase le dirigen la palabra. El nuevo tutor aconseja a la madre que pruebe con un psicólogo que le devuelva a la niña la confianza, La madre asiente. Sí, vale... Bien, hay que llevarla a un psicólogo.

Mientras tanto, en el primer instituto, esos dos o tres buscan a su nueva presa.

1 comentario:

  1. Q intenso, real pero espero q no sea nada cercano, sino una denuncia al acoso escolar. Muy bien expresado, muy bien rematado, muy bien escrito.

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