17 de noviembre de 2011

Blogueguería 24: Al calor del brasero

Atesoro... No, empiezo otra vez. Amontono años suficientes para que el otoño me evoque la nostalgia del calor de un brasero de pincón. Era un engorro aquel simple y rudimentario artefacto de metal, del que diariamente había que retirar sus cenizas de las consumidas brasas. Para encenderlo, las más incandescentes se depositaban abajo y se cubrían con el resto que se iban consumiendo lentamente. Había quien metía una pieza de metal entre los tizones, como creencia de que aquello evitaba la intoxicación por su humo. Tenía una tapa en forma de rejilla para que no saliesen ardiendo los pies, aunque más de una vez daba olor a suela de zapato chamuscada. Se colocaba bajo la mesa de la salita de estar, y alrededor de ella (si lograbas acomodarte en el sofá o en un sillón, mucho mejor que en una silla), con las faldillas sobre las piernas, dejábamos pasar las cadentes horas de las largas noches de un ya mediado otoño .

La profesión de piconero ha desaparecido, aunque creo recordar que hace tiempo escuché en televisión que la crisis y el retorno de algunas minorías a tradicionales maneras de vivir, a los pueblos casi abandonados, han hecho resurgir profesiones olvidadas por su escasa rentabilidad ante la vorágine del consumismo indiscriminado y poco selecto que nos aqueja: alfareros, curtidores, reparadores de calzado, piconeros... Recuerdo a mi padre haciendo picón para consumo propio. Prendía la leña y cuando estimaba un tiempo prudencial, lo apagaba cuidadosamente, a pequeños puñados de agua para no humedecer el carboncillo resultante. Tenía su técnica, era un arte. En casa se dejó de usar el brasero desde que casi perecemos por inhalación de su traicionero monóxido de carbono. Tengo una vaga imagen de mi madre sacándonos uno a uno al patio para que nos diera el aire fresco. Recuerdo como se nos doblaban las piernas como el chicle cuando ella tiraba de nosotras hacia arriba para sacarnos de aquella habitación. Hubiese sido una muerte dulce. Mi madre es una heroína, por aquello y por mucho más, y nadie lo sabe, algún día le contaré su historia al mundo para que todos la conozcan.

Pero decía... el picón que hacía mi padre servía para encender la estufa de leña de una salita en donde se hacía vida de noche; unos minutos de televisión tras la cena y antes de irse a la cama. Y también encendía el hogar de una gran cocina en donde se hacía la vida diurna. Nuestros días en familia siempre se caracterizaron por esa división espaciotemporal.

Años más tarde, recién llegada a un pueblo de cuatro cientos habitantes para trabajar, volví a experimentar el placer del brasero, un placer que definiría como un abandonarse, ese dejar que transcurra la noche sin sobresaltos, ese irse el tiempo, esa fuga sutilmente planeada... como la misma muerte que puede provocar.
A falta de una casa digna que poder alquilar en una aldeilla perdida entre montes, una familia se ofreció a acogerme en la suya, a diez metros del consultorio. No tuve opción. Compartí vidas y brasero por igual, también alguna Navidad en la que pude comprobar que aún había familias que se reunían enteras para preparar comidas y cenas navideñas: abuelos, tíos, primos... una treintena de personas, que confomaban el árbol genealógico de casi un siglo, unidas por la tradición. En mi casa, por aquellas fechas, apenas si lográbamos reunirnos cinco. Me ansié, como ahora. Eran vidas que fluían tranquilas, a veces con una serenidad desesperante.

Los pueblos ya no huelen a picón, ni a leña de estufa, aunque la vida de sus habitantes siga fluyendo de igual manera, con la lentitud con la que se consumen las ascuas de un brasero, con la pereza de su calor, con el letargo que provoca su olor, con la soledad que evoca la niebla adherida al cristal de las ventanas y que no deja ver la negrura de la noche, como la que ahora invade los cristales de esta habitación.

3 comentarios:

  1. interesante evocación braseril...

    se podría hacer uno un brasero doméstico? qué se necesita? supongo que sacará bastante humo y no creo que sea muy recomendable, sobre todo esi el piso es minúsculo...

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  2. Echándole un poco de imaginación, se me ocurre que como brasero podría usarse una palangana, qu me temo que no tendrás precisamente porque está tan en desuso como un brasero. Como picón se me ocurre esas pastillas modernas que se usan en las barbacoas a modo de brasas para hacer precisamente la carne a la brasa, pero me temo que en un piso minúsculo y sin patio al aire libre no se monta uno muchas barbacoas. Creo que además desprende un olor insoportable a petroleo o plástico quemado, y la humareda alertaría a los vecinos. En menos que canta un gallo estarían allí los bomberos, a los que ahora creo que en la comunidad de Madrid hay que pagarles ciertos servicios, con lo cual al saber de la imprudencia tendrías que pagar un pastón por el despliegue injustificado de medios... En fin, que mejor una estufilla eléctrica de dos resistencias.

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