11 de junio de 2012

Blogueguería 83: Destinos

Hoy no pensaba escribir nada, al menos aquí. He intentado hacerlo en ese otro archivo de Word al que a mí me ilusiona llamar mi novela, pero hoy es de esos días no de bloqueo mental, que asumo y al que me abandono esperando a que pase -mañana será otro día-, sino de esos otros en los que la idea fluye en la cabeza con agilidad, límpida, perfecta, y sobre el papel cae sin sentido, torpe, imprecisa... No tenía ganas de esforzarme.

Durante la cena, le he contado a Jota la anécdota con un parajillo que atrapé después de comer. Un gorrioncillo de esos que se caen de los nidos, a medio plumaje, indefensos, inexpertos, a merced del primer gato buscando bocado que pase por allí. Por las aceras de la calle en donde me crié, por estas fechas, los recuerdo por docenas estrellados contra el suelo, sin apenas plumas. Un volantón, guacharrillo lo llamábamos nosotros, por lo desnudito y esa apariencia de fetillo de ojos saltones y tripa prominente. Se caían de los cientos de nidos de la agujereada pared de piedra de la fábrica de  harina que había cercana a casa. Gorriones y estorninos, cuyo enloquecido piar de estos últimos nos despertaba todas las mañanas de verano, y era una auténtica algarabía a la caída del sol, con sus infatigables vuelos sobre el interminable tejado de aquella fábrica, que hoy es un inmenso solar cuyo proyecto de urbanización se quedó a verlas venir cuando estalló la burbuja inmobiliaria.

El boom de los horribles barrios de unifamiliares  acabó con nuestro jardín de infancia, un solar limítrofe a la casa paterna y que se ha mantenido tal cual, aunque abandonado de ecos infantiles, hasta hace unos seis o siete años. Ahora es, son,  cuatro casas unifamiliares. También acabó con la fábrica de la harina, y los estorninos, y gorriones de la calle... Cuando la fábrica de la harina cesó su actividad, cuando aquella gigantesca maquinaria que rugía en el interior de aquellas enormes paredes de piedra dejó de resonar en mi calle, fue como quedarse sorda de repente. Un repentino silencio que se hacía extraño. Cuando aquellas paredes se vinieron abajo, también desaparecieron los nidos y sus pájaros, los trazos de sus vuelos dibujándose sobre el fondo azul del cielo, que me gustaba seguir con la mirada a ver si entre ellos, cientos, se producía algún choque en un descuido de la dirección de su vuelo,  choque que nunca se produjo, claro... También desapareció su incesante piar. Todo terminó entonces. Supongo que se marcharían en busca de otro antiguo caserón, en el que volver a anidar entre sus curvas tejas rojas o en las oquedades de sus paredes.

Pero he dejado olvidado allá arriba al pequeño gorrión que atrapé esta tarde, vuelta a la infancia -un poco así me he sentido cuando corría tras él-, con el mismo miedo cuando lo he atrapado entre mis manos que cuando era niña, por si me picoteaba con su inofensivo y párvulo pico. Y así ha hecho para defenderse, ensañarse con mis dedos inútilmente. Me ha sobrevenido un sentimiento de culpa, también como cuando era niña, porque la experiencia me demostraba que inexorablemente amanecía tieso en su cajita de cartón a la mañana siguiente... Y con su destino en mis manos, me he arrepentido de cogerlo, y he deseado soltarlo. Alguien me ha dicho que lo lanzara a un tejado, que ya se las apañaría, pero he dudado de su capacidad de supervivencia y he creído verlo muerto, asolanado... Luego he pensado dejarlo de nuevo en el suelo,  pero en ese momento ha aparecido un gato y lo he visto entre sus fauces... Total, que la congoja empezaba a apoderarse de mí cuando alguien me ha dicho que se lo regalase, que ya se encargaría de buscarle insectos y acomodarlo en una jaula hasta que pudiese volar... No he dudado en poner su destino en otras manos, como quien se quita un peso de encima, un muerto, a sabiendas de que su destino ya estaba escrito desde el preciso instante en el que se cayó del nido antes de saber volar.

3 comentarios:

  1. Sí, los animales también los tienen. El del toro de lidia es jodido...

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  2. El hombre se separa cada vez más de la Naturaleza y lo hace destruyéndola.

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  3. Y destruyéndose un poco él también, pero solo unos pocos son (somos) conscientes de eso.

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