26 de noviembre de 2012

Blogueguería 109: Diciembre



Duele el tiempo
que no termina de llegar y es ido.
C. L.

Llegado diciembre, la noche dejaba caer su luz oscura sobre los cristales húmedos de la ventana, la niebla flotaba entre los tejados, con aroma a tomillo, y las chimeneas bufaban el humo de las incandescentes estufas de leña. 
 
No temía al frío; ni el de los charcos helados, que deseaba encontrar en estado virginal, para sentir el placer de quebrar el hielo bajo mis pies; tampoco el de los patios descubiertos al fulgor de los incandescentes astros que anunciaban amaneceres de escarcha; ni el del pasillo o los dormitorios que irradiaban inhóspita humedad de sus paredes.
 
Diciembre no acababa nunca. Era aquel tiempo en el que todo lo esperaba con la impaciencia y la emoción de lo que está por venir. Creo haberme ido a la cama con la esperanza de precipitar el amanecer, ávida de horas de luz que trajesen cosas nuevas. 
 
El tiempo se aviva cuando todo está por suceder.
 
Y de repente, un día, las horas te traspasan, rápidas, fugaces, como el filo de un cuchillo, dejando su dolor de acero entre nuestros tejidos, fino, sutil... mortal.
Y es entonces cuando te vuelves amante de las noches para alargar el tiempo, para tener consciencia de haber vivido el día que amaneció antes de tiempo y se acabó sin que nada pasara por tus manos, ni por tu boca, ni por tus pulmones, ni por ese útero que un día anidó una vida, ni siquiera por tu pensamiento... Simplemente te traspasaron sus minutos, sus horas... Y nada sucede, o todo está por suceder mientras te desangras.

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