10 de julio 2012, martes por la tarde
Primer día de piscina
Frente a mí hay un círculo de
tumbonas, cinco, ocupadas por una familia de obesos. Los parques acuáticos
parecen una reserva de animales. Somos como cualquier otra manada en su horario
de ocio, en su día festivo. Últimamente me siento así, un animal enjaulado al
que dosifican su tiempo para comer, su tiempo de exposición al sol, su tiempo
con sus crías, su tiempo para dormir, al que le tuviesen también prevista su
hora para morir.
Los obesos me provocan un gran peso en el estómago, como si de repente hubiese engullido una piedra de una tonelada. Camino como caminan ellos, sin apenas flexionar las rodillas. Verlos moverse me provoca la misma fatiga que les provoca a ellos sus movimientos, como enormes pájaros bobos. Les cuesta levantarse de sus tumbonas, de sus toallas tendidas en el césped. Les calculo el peso, no puedo evitarlo, estoy harta de hacerlo a diario. Ninguno baja de los cien kilos. Les calculo la edad: ¿Cuarenta y cinco? ¿Quince? ¿Doce? ¿Ocho? Año arriba año abajo. Les calculo la edad de su muerte; ninguno llegará a los setenta, serán diabéticos, hipertensos, tendrán problemas de tiroides y, probablemente, morirán de alguna insuficiencia cardiaca, complicada con una infección respiratoria y un fracaso renal. Suelen vivir poco y mal, aunque concluyo que ellos son felices, ríen a carcajadas y disfrutan echando tragos a su Coca-Cola y devorando bolsas de patatas fritas. Se vive mucho peor con el alma en carne viva de tanto arrastrarla, que de arrastrar los pies por el peso del cuerpo.
Me he traído un libro de Uriarte, su
Diario 2004-2007. Me gustan los diarios, no había leído nada de este Uriarte,
es más, lo desconocía hasta ahora. Cuando debuto con un autor nuevo, del que
nunca he oído hablar, indago en Google, ese instantáneo hallador más rápido que
el café soluble. Wikipedia dice poco
sobre él. En su libro solo una breve reseña sobre dónde nació y dónde reside.
¿Se necesita saber más de un escritor? A los escritores hay que leerlos, sin
más, y sin menos.
El norte es prolífico en escritores,
se me ocurre que porque el norte ha sido siempre, históricamente, escenario
protagonista y candente. Culturalmente los admiro. Uriarte nació en Nueva York,
supongo que por casualidad -ser extranjero, norteamericano, por azar-, pero
vive en Bilbao, aunque es de San Sebastián. En literatura, últimamente, hay
mucho de lo mismo; el éxito de las trilogías es prueba de ello. Es como esa
nueva serie de televisión que tiene buena acogida, y después se empeñan en
exprimir y exprimir hasta convertirla en un tostón, dígase “Cuéntame cómo
pasó”.
Me gustan los diarios por esa
confesión de miserias, por ese exponerse, exhibirse… Pero hay que saber
hacerlo; si contenemos demasiado, es una impostura manifiesta. No quiera usted
contar y quedar bien, que queda como el descafeinado de máquina, con un sabor
engañoso y sin nada de excitante. Si nos desnudamos demasiado, rozamos una
impúdica pornografía literaria que puede ser molesta, o infumable. A mí me
gusta eso de quedarse en cueros frente a uno mismo y al lector, qué le voy a
hacer, soy puro exhibicionismo. Escribir sobre nosotros mismos es aproximarnos
a nuestra verdad, o poner de manifiesto nuestra gran mentira. ¿Qué hay de
verdad en un diario? Posiblemente todo, o tal vez sería mejor decir que nada es
mentira, aunque la mayor verdad de un diario es la omisión.
Nada más comenzar su diario, dice
Uriarte: “En un estado psicológico ideal no escribiría nada aquí”. Pues creo
que ahí está la cuestión, escribir para mantener el equilibrio psicológico
ideal, escribir como una liberación, escribir como una cura, escribir para
mantenerse despiertos, escribir para asir el mundo que se escurre como el agua
entre los dedos, escribir para evitar que la balanza se incline peligrosamente
hacia la locura.
Ah, sí… estaba mirando a la familia de
obesos… Uno de ellos ahora se lanza al agua, su zambullida ha puesto perdidos
mis apuntes.
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