26 de noviembre de 2013

Diario de verano

10 de julio 2012, martes por la tarde
Primer día  de piscina

Frente a mí hay un círculo de tumbonas, cinco, ocupadas por una familia de obesos. Los parques acuáticos parecen una reserva de animales. Somos como cualquier otra manada en su horario de ocio, en su día festivo. Últimamente me siento así, un animal enjaulado al que dosifican su tiempo para comer, su tiempo de exposición al sol, su tiempo con sus crías, su tiempo para dormir, al que le tuviesen también prevista su hora para morir.

Los obesos me provocan un gran peso en el estómago, como si de repente hubiese engullido una piedra de una tonelada. Camino como caminan ellos, sin apenas flexionar las rodillas. Verlos moverse me provoca la misma fatiga que les provoca a ellos sus movimientos, como enormes pájaros bobos. Les cuesta levantarse de sus tumbonas, de sus toallas tendidas en el césped. Les calculo el peso, no puedo evitarlo, estoy harta de hacerlo a diario. Ninguno baja de los cien kilos. Les calculo la edad: ¿Cuarenta y cinco? ¿Quince? ¿Doce? ¿Ocho? Año arriba año abajo. Les calculo la edad de su muerte; ninguno llegará a los setenta, serán diabéticos, hipertensos, tendrán problemas de tiroides y, probablemente, morirán de alguna insuficiencia cardiaca, complicada con una infección respiratoria y un fracaso renal. Suelen vivir poco y mal, aunque concluyo que ellos son felices, ríen a carcajadas y disfrutan echando tragos a su Coca-Cola y devorando bolsas de patatas fritas. Se vive mucho peor con el alma en carne viva de tanto arrastrarla, que de arrastrar los pies por el peso del cuerpo.

Me he traído un libro de Uriarte, su Diario 2004-2007. Me gustan los diarios, no había leído nada de este Uriarte, es más, lo desconocía hasta ahora. Cuando debuto con un autor nuevo, del que nunca he oído hablar, indago en Google, ese instantáneo hallador más rápido que el café soluble.  Wikipedia dice poco sobre él. En su libro solo una breve reseña sobre dónde nació y dónde reside. ¿Se necesita saber más de un escritor? A los escritores hay que leerlos, sin más, y sin menos.

El norte es prolífico en escritores, se me ocurre que porque el norte ha sido siempre, históricamente, escenario protagonista y candente. Culturalmente los admiro. Uriarte nació en Nueva York, supongo que por casualidad -ser extranjero, norteamericano, por azar-, pero vive en Bilbao, aunque es de San Sebastián. En literatura, últimamente, hay mucho de lo mismo; el éxito de las trilogías es prueba de ello. Es como esa nueva serie de televisión que tiene buena acogida, y después se empeñan en exprimir y exprimir hasta convertirla en un tostón, dígase “Cuéntame cómo pasó”.

Me gustan los diarios por esa confesión de miserias, por ese exponerse, exhibirse… Pero hay que saber hacerlo; si contenemos demasiado, es una impostura manifiesta. No quiera usted contar y quedar bien, que queda como el descafeinado de máquina, con un sabor engañoso y sin nada de excitante. Si nos desnudamos demasiado, rozamos una impúdica pornografía literaria que puede ser molesta, o infumable. A mí me gusta eso de quedarse en cueros frente a uno mismo y al lector, qué le voy a hacer, soy puro exhibicionismo. Escribir sobre nosotros mismos es aproximarnos a nuestra verdad, o poner de manifiesto nuestra gran mentira. ¿Qué hay de verdad en un diario? Posiblemente todo, o tal vez sería mejor decir que nada es mentira, aunque la mayor verdad de un diario es la omisión.

Nada más comenzar su diario, dice Uriarte: “En un estado psicológico ideal no escribiría nada aquí”. Pues creo que ahí está la cuestión, escribir para mantener el equilibrio psicológico ideal, escribir como una liberación, escribir como una cura, escribir para mantenerse despiertos, escribir para asir el mundo que se escurre como el agua entre los dedos, escribir para evitar que la balanza se incline peligrosamente hacia la locura.
Ah, sí… estaba mirando a la familia de obesos… Uno de ellos ahora se lanza al agua, su zambullida ha puesto perdidos mis apuntes.


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