27 de noviembre de 2013

Mujeres II: Un rincón tranquilo

Me acuerdo del día que vi en televisión Sexo en Nueva York. No pude ver el principio, ya saben, las obligaciones familiares me lo impidieron (logística doméstica y besitos de buenas noches, en fin, gestiones propias de las empresas de familia que no permiten demoras). Tampoco pude ver el final, porque el horario de emisión y los minutos de publicidad, que alargan una película hasta el aburrimiento, son incompatibles con los horarios laborales de la población activa. Pero nadie duerme en este país de parados y de trasnochadores taciturnos e insomnes crónicos, por tanto el horario televisivo goza de horas intempestivas. No digamos ya de los adivinos del tarot y esos jueguecitos de descubrir nombres femeninos que contengan sólo una "A"... Imagino que subsisten gracias a las llamadas telefónicas. A ciertas horas de la noche, la soledad convierte a un número telefónico en una atracción fatal, ya sea una línea erótica, tonteos por WhatsApp, o el de un programa chorra de televisión.

Pero decía de Sexo en Nueva York... Me pareció un interminable capítulo de las histéricas Mujeres desesperadas. Esas marcas que suelen imprimir las películas o series sobre las mujeres de cierta edad, tan cierta edad como la mía, cuarenta y tantos: la histeria (algo de eso hay), el glamour (no se crean nada), el culto al cuerpo (la mujer de cierta edad de las películas como Sexo en NY parece no tener marido, ni hijos, ni trabajo ni más responsabilidad que estar todo el día en el gimnasio y con la cara cubierta de potingues en un centro de belleza), somos, además, unas obsesas del sexo, unas fieras en la cama.

La imagen de "esa mujer" de cuarenta, siempre maravillosa, de gimnasio diario, compras compulsivas en tiendas de firmas millonarias, de profesiones liberales con sueldazos de gerentes de multinacional, siempre divinas y sin despeinar, o glamurosamente despeinadas... De ellas me he acordado cuando entraba esta tarde por la puerta arrastrando los pies por el cansancio de una mañana agotadora, pálida como la cal y unas ojeras hasta los pies y me he dejado caer en el sofá. Me he visto reflejada en la oscura pantalla del televisor... Y me ha dado por divagar sobre esa imagen. Sí, el sexo a los cuarenta es importante para la autoestima, negarlo es una necedad, pero como lo es a los veinte, a los treinta o a cualquier otra edad. Y los trapos suelen ser siempre importantes para las mujeres en general, con un puesto más o menos relevante en su escala de intereses, y digo intereses, porque los trapos siempre estarán en los intereses de esta mujer, nunca en los valores. Aquellas que confunden valores con intereses terminan convertidas en muñecas hinchadas de silicona y vestidas de Oscar de la Renta.

Pero más que nada, la mujer, a los cuarenta, se reivindica a sí misma. "No reserves del mundo sólo un rincón tranquilo", escribió Benedetti, y tal vez ese verso resume lo que muchas mujeres sentimos cuando caemos de bruces en los cuarenta, al menos eso es lo que sintió esta mujer que escribe y que, llegada de bruces a los cuarenta, no se conformó con reservar sólo ese rincón tranquilo y celosamente decorado: pareja, hijos, trabajo, amistades... Un rincón tranquilo que nos produce ciertas garantías de seguridad, de equilibrio, en el que parece que todo está hecho y que se desliza en punto muerto en el acaecer de los días. Así nos sentimos muchas mujeres en los cuarenta: con la necesidad de recuperar el tiempo perdido mientras mantenemos un rincón tranquilo. Ahora nos toca albergar esperanzas, retomar inquietudes, confiar en que aún es todo posible. Y mientras, seguimos amando, comprando trapos, dando besos de buenas noches, buscando el calor de los pies bajo las sábanas, conversando con los amigos... Desde nuestro rincón tranquilo y con el alma inquieta.

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