31 de enero de 2014

Amanda

He amado a mujeres a las que nunca conocí. Las imaginé vistiéndose para mí en la soledad de sus alcobas, luego las tomé temblorosas entre mis brazos y las desnudé en mi soledad. Les hacía el amor y se alejaban como bellos fantasmas a través de las paredes, mientras me derramaba y acallaba el gruñido del deseo en el silencio de aquellas noches de hoteles de congresos y convenciones. En todas aquellas reuniones siempre había señoritas dispuestas a pasar contigo la noche, alguna vez pensé que se trataba de las mismas que nos seguían de ciudad en ciudad y de hotel en hotel, y que existía la posibilidad de que la propia empresa las contratara con este fin. Mi idea se basaba en que esas mujeres me parecían todas iguales; se movían con el sigilo de las panteras, su atuendo sugerente sin llegar a ser vulgar, sus cabellos con un sensual desorden sobre sus hombros, sus labios como recién pintados y sus interminables piernas sobre tacones de vértigo, lo que venía a ser una puta sofisticada.

Pero nunca amé a ninguna de esas, en cambio prefería imaginar a aquellas otras con las que me cruzaba a diario, mujeres de otros, o tal vez solteras, a las que nunca les dirigiría la palabra, como mucho darles las gracias, verlas salir a la misma hora de su trabajo o una mueca en el tren de cercanías al dejarnos paso el uno al otro en el estrecho pasillo para ocupar el asiento, y de las que jamás supe tampoco su nombre. 

En la pastelería de la calle Aluche trabajaba la primera mujer que amé así. Yo tenía trece años y ella el rostro más angelical que había visto en mi vida y unas manos inmaculadas que cogían los pasteles, los depositaban sobre la bandeja de cartón y anudaban el paquete con la gracilidad de una bailarina. La imaginaba frente a un espejo, recolocándose su uniforme blanco impoluto rematado con puntillas sólo para mí. Durante muchas noches desaté el nudo de su delantal y amé la blancura de aquel cuerpo virginal mientras ella dormía ajena en otro lecho y lejos de aquel amor que era el mío. Era aquella ajeneidad la que me hacía desearla más y amarla cada noche. Fue entonces cuando descubrí que esa era mi manera de amar a una mujer, porque cuando las tenía demasiado cerca, tanto que sus labios pedían que los besara y sus pechos se pegaban ardorosos a mi pecho, me invadía un miedo inexplicable, como un cansancio, como si amar cada noche a esas otras me dejase colmado y les debiese fidelidad.

Y así fueron pasando los años y las mujeres. A algunas las amé una eternidad, como a aquella que solía sentarse siempre en la misma mesa de la cafetería París, todos los miércoles. Era una mujer sin edad, de rostro ovalado y ojos llenos de luz, su boca era pequeña y sus labios siempre los llevaba pintados en tono rosa, su melena corta y lisa, perfilando su cara. A esa hora, sobre su mesa se irradiaba la tarde tras los cristales. Ella parecía, entonces, una hermosa aparición. Desconozco qué la llevó allí, a aquella mesa y a la misma hora cada miércoles durante casi cinco años, pero durante ese tiempo yo la amé cada noche, sin inventarle pasado ni futuro, sólo su cuerpo desnudo junto a mí.  Fue tanto mi amor por ella, que tras desaparecer de aquel lugar para posiblemente ser amada en otros rincones, seguí sintiendo durante muchas noches su aliento en mi nuca.

Tengo que decir que de aquellas mujeres nunca supe cómo era su voz ni sus gemidos, sólo venían a mí y se entregaban como si ningún hombre las amase como yo. He sido un hombre con suerte, amé a tantas... Ahora, soy un hombre viejo y cansado, y todas me han abandonado. Ya no van a los rincones de las cafeterías cuya luz las convertía en un ser divino, ahora me irrita su escándalo cuando van en grupo, incluso son escandalosas cuando están solas, han desaparecido mis amadas silenciosas. En las pastelerías tampoco hallo angelicales confiteras, sino toscas empleadas con el pelo manchado de azúcar glas y manos descuidadas. Ahora sólo me queda Amanda. ¡Ah, Amanda!, que tiene nombre de canción y de pecado, pero camina con la invisibilidad de la discreción. Amanda esperaba siempre despierta mi regreso, ha aireado todos los rincones de sus penumbras cada mañana, y ha encendido el fuego que caldease el vacío asfixiante de cada habitación. Alguna vez, y me avergüenza decirlo, recogió el vómito de mi borrachera y alivió con algún mejunje de sabia curandera mi resaca por alguna de aquellas mujeres que ya no volvería a amar. Ha cambiado durante años mis sábanas, a veces con la prueba de mis impúdicos amoríos. Ahora recoge mis orines y lava mis pijamas con olor a urgencia miccional, pone mis pastillas en un platito de postre, junto a una infusión de manzanilla, y prepara diariamente mi ropa limpia que me ayuda a ponerme como a un niño desvalido. Luego le pido que se siente a mi lado, en el salón, y ella lo hace sin objeción, como un perro fiel lo haría a los pies de su amo. A veces siento ganas de acariciarle la cabeza, como haría con ese animal, pero en lugar de eso le pido por favor que lea en voz alta de un libro que le pongo en las manos, entonces ella sonríe con una timidez adolescente, pero ella es una mujer que pareciese sin edad... sus ojos están llenos de luz y reparo en sus manos que sostienen el libro, que, en lugar de agrietadas por su trabajo, son como inmaculadas. Entre las cortinas del salón, se filtra la luz de una tarde de marzo e ilumina a Amanda, que por un momento es como una hermosa aparición.


3 comentarios:

  1. Querida Carmen,

    Hacía tiempo que no escribía nada en tu Blog, aunque te he ido siguiendo de forma habitual. Hoy he leído un texto que me ha impresionado: reúne todas las cualidades, formales y de contenido, que se pueden esperar de un texto bien escrito. Mucho más. Ahonda en el alma humana y perfora hasta llegar a la cruda Realidad, a la Verdad Absoluta, el Desgarro, al Amor en su más exquisita expresión, al Amor desinteresado, el de cada día, el que permanece siempre, el auténtico, el único auténtico. Te felicito por ese texto. Es precioso, como corresponde a una mujer exquisita, que es lo que eres tú.

    Contanto con tu permiso, lo he compartido en mi FaceBook. No sé si tú tienes FaceBook. Si es el caso, te ruego que me envíes una solicitud de amistad, porque yo últimamente me dedico más al FaceBook, y tengo un poco abandonado el Blog, porque exige más trabajo y más rigor. El FaceBook es como más ligero.


    Te recuerdo que Amanda en Latín significa "la que debe/tiene que ser amada"
    Seguiré leyéndote, para continuar enriqueciéndome.

    Un cordial saludo, y afectuosos respetos.

    Antonio Martín Ortiz

    Unas sugerentes imágenes, que bien podrían corresponder a Amanda.

    http://www.obsessionart.com/showimage.asp?currency=EUR&image=images/products/images/products/msl_structuredanat_XL.JPG&title=Structured_Anatomy

    http://www.obsessionart.com/showimage.asp?currency=EUR&image=images/products/images/products/msl_whip_XL.JPG&title=Whip


    http://www.obsessionart.com/showimage.asp?currency=EUR&image=images/products/images/products/LJ_LJ012_XL.JPG&title=Morning_Light

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  2. Estimada Carmen, el texto me haparecido tan genial que tambiénlo he enlazado en mi Blog con una nueva entrada. Espero que sea de tu conformidad.

    Con todo mi afecto.

    Antonio

    http://www.obsessionart.com/showimage.asp?currency=EUR&image=images/products/images/products/mp_MP146_XL.JPG&title=Flowers_of_Modesty

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  3. Estimado don Antonio, agradezco su comentario, sobre todo su opinión sobre el texto, me alegro de que lo haya disfrutado y sentido, entre otras cosas, para eso escribimos también, para que alguien lo haga suyo, además de ese acto, el de la escritura, que es tan vital para quienes la amamos.

    En cuanto a las imágenes de "su" Amanda, no se corresponden en nada a la imagen que en mi mente inspiró a Amanda, nada que ver con esa discreción y ese silencio en el que se movía la protagonista de este relato. No obstante, el erotismo que usted siempre presupone en una mujer también podría estar en los ojos luminosos de Amanda, en la delicadeza de sus manos, en una fidelidad no pedida y en su silenciosa presencia.

    Le agradezco el que lo haya enlazado en su blog, es un honor que no merezco, pero muchas gracias.

    Le envío un abrazo y un afectuoso saludo

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