30 de enero de 2014

La imaginación

Caminas con mansedumbre,
eso se nota en tus andares distraídos,
en tus hombros gachos
a los que parece pesarles como vigas
el pespunte de tu camisa,
en tu mirada de miope abstraído
y en ese hombre que eres
perdiéndose entre el forro de tu abrigo.

No sabes dónde se quedó tu nombre,
ni siquiera te preguntas a qué has venido,
por qué te levantas cada mañana
para dejar que el jefe te anude hasta la asfixia
el nudo de tu corbata,
pero tú consigues llevar un hilo de aire a tus pulmones
y con los labios amoratados llegas vivo al final de la noche.
Te abandonas como una hoja de otoño,
como esa bufanda que viaja en tu cuello,
eres un metro ochenta entre tus zapatos
y las entradas de tu frente, y ya no más.

A veces te acuerdas de cuando fuiste joven
y simpatizabas con un Mayo del 68 que tú nunca viviste
pero te ganaba los besos de aquellas chicas
de blusas transparentes sin sujetador,
y sonríes, pero lo haces por dentro
porque tus labios hace tiempo que adoptaron
la impasible mueca de la conformidad
y ahora besan de tarde en tarde
a una mujer triste y apagada
por la que solo sientes una condescendencia que tú llamas amor.

No esperas nada,
ni tan siquiera lo que tienes lo esperabas,
nunca imaginaste que esa sería tu vida,
en realidad nunca imaginaste cómo sería tu vida,
y a falta de tu imaginación
la vida se encargó de hacer una realidad para ti.
Y esto es lo que eres,
porque siempre te negaste a imaginar
que todo podría haber sido de otra manera.

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