27 de febrero de 2014

Estampas

El policía municipal le insiste, amablemente, en que el coche no debe estar aparcado allí. Él se defiende diciendo que tan sólo era un momento, que ha ido a ver a un cliente, una chapucilla que tiene que hacer y no había aparcamiento. Línea amarilla y medio coche en lo alto de la acera... Admítelo, chaval, no tienes justificación, la frágil voz de tu sentido del civismo te dice que estás jodido. Firma tu multa, y con un par de chapucillas sin IVA, te chiva la pícara voz del sentido de tu justicia, asunto reparado y olvidado.
Se resigna y recoge su multa. Después se despide del agente y arranca su coche.

Un grupo de jóvenes, cuatro o cinco de unos treinta años, posiblemente licenciados, parados y sin perspectivas de trabajo, a pesar del esperanzador mensaje del presidente del gobierno en el debacle del estado de la nación, charlan animosos mientras fuman a las puertas de una academia de inglés (Royal Academy, Somos un centro de preparación oficial de los exámenes Cambridge. Los exámenes se realizan en nuestras instalaciones por examinadores autorizados de Cambridge, reza en internet). Ellos no son intrépidos jóvenes aventureros, que decía la ministra sobre nuestros jóvenes obligados a emigrar en busca de futuro, o tal vez les ronde ese fantasma en su cabeza llena de másteres y de títulos como la pared de un despacho propio que no tendrán, pero hoy matan su tiempo y su desidia en una pequeña ciudad de provincias acreditando su nivel de inglés, mínimo el B1. A decir verdad, a los treinta, la vida se ha cobrado ya un tercio, eso con un poco de suerte y el gen de la longevidad. Si te la tiene guardada antes de tiempo, a los treinta se te ha colado media vida sin vender una escoba: ni trabajo, ni hijos, ni tan siquiera alguien a quien le importes o te importe más allá de un polvo los fines de semana. Sólo el ser humano es capaz de encontrar consuelo en su derrota.

Los curas tienen cara de curas; una devota palidez, un cuerpo blando, como descolgado, unas manos inmaculadas hechas sólo para bendecir, un gesto inquietante entre la sonrisa bondadosa y la severidad del entrecejo. Unos cuantos charlan frente a la fachada del obispado. Todos llevan una carpeta bajo el brazo, como la cartera de un ministerio. Dos de ellos visten camisa negra y alzacuellos. Ninguno con sotana. Hay que seglarizarse, después de todo, ningún hábito hace al monje.

La cajera de BodyBell  parece una muñeca japonesa de batería recargable. Repite incesante las misma preguntas a cada una de las clientas: ¿Su tarjeta Bodybell? ¿Desea bolsa? ¿Quiere hacerse la tarjeta?, no lleva comisión y, según su compra, le ofrece descuentos en las distintas secciones. Graciassss... Las tiendas de perfumería y productos de limpieza son escasamente frecuentadas por hombres. Podríamos estar unas veinticinco personas en este preciso instante, de las cuales sólo son hombres dos dependientes y un albañil que realiza la reparación de la escayola en la zona de cosméticos. Me pregunto cuándo y dónde suelen comprarse los solteros y divorciados su champú y demás enseres propios del aseo personal, o el detergente para lavadora, suavizante de la ropa, estropajos o gamuzas, recambios para la fregona... Ellos viven solos, cada vez más (solos), ¿cuándo y dónde realizan esta actividad logística? 

La librería Litec siempre tenía libros para Andrés, Elena decía que a Andrés le gustaba mucho leer, así que en cada cumpleaños, desde los cuatro hasta los once, todos los abriles visitábamos la librería Litec para comprarle a Andrés su libro de cumpleaños, desde los primeros libros musicales, hasta las últimas y apasionantes historias de mazmorras y dragones. Luego llegó ese día... Esos días que irremisiblemente llegan, sin saber, como un acto necesariamente inconsciente que evita el dolor. El día en el que Andrés o deja de leer, o le interesan otros regalos o sencillamente deja de invitarte a su cumpleaños. Todos los niños crecen, todas las infancias se acaban sin preciso instante, tan sólo se escurre, y todos los primeros amigos se van con ella, los arrastra como una ola hacia un mar que nunca los devuelve.
Hoy no es el cumpleaños de nadie, al menos que yo sepa. En Grand Central Station me senté y lloré... el librero lamenta no tener existencia. En una semana te aviso... pero antes, recuérdame tu nombre. Y anota, y sonríe.

2 comentarios:

  1. Me lo llevo para releer en las guardias de pasillo junto a los expulsados del paraíso de la clase.
    Make

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  2. Vaya misión la tuya, de centinela de los condenados al ostracismo del pasillo ;)
    Un abrazo, Make

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