29 de marzo de 2014

Memorias de primavera


Una niña camina de la mano de su madre,
Las oscuras golondrinas,
las que Becquer dijo que siempre vuelven,
revolotean a ras de suelo.

Vienen, saludan y se van.
Un quiebro en su vuelo, 
y otra vez más:
Vuelven, saludan y de nuevo se alejan.

Pareciera que van a estrellarse contra los aleros
o a quedar varadas en el suelo
batiendo sus alas,
como si hubiesen perdido su capacidad
de alzar el vuelo,
pero esa tragedia nunca sucede.

Su vuelo libre y suicida
entusiasma a la niña.
Sus ojos,  al contemplarlas,
son una infancia inundada de primavera,
la luz de una luna de mayo.

Las golondrinas nunca se marcharán,
piensa la niña,
como la calle que no se desanda y nunca acaba.
Un día, la niña envuelta en otoño,
caminará bajo un cielo de hojas secas,
con una hija de la mano
y la misma mirada inundada de primavera.

Recordará el vuelo de aquellas golondrinas
y pensará que hace mucho tiempo
que se marcharon para no volver.
Siglos, diría ella,
los mismos que pesan sobre sus párpados.

Ha vivido mucho, 
tanto como una calle que nunca acaba,
tan poco como el último pétalo
que deshoje la primavera.



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