27 de mayo de 2014

Y construyeron castillos en el aire...

Para 2005, los políticos de Castilla La Mancha y sus rémoras afines vieron, en el IV Centenario de la publicación de El Quijote, la posibilidad del pelotazo del siglo. Así, pues, en un frote de manos, se pusieron a idear cómo hacer para revestir de impulso socieconómico para la región lo que sería una evasión de dinero público a manos llenas a bolsillos privados, que a la larga se traduciría en un agujero de deuda impagada que ha quebrantado peligrosamente el sistema público de salud y el educativo, pilares sociales que han sido literalmente desmantelados para avalar la ruina de las cajas de ahorros, entre otros despropósitos, como el de un aeropuerto privado ruinoso sufragado con dinero público, y que a la postre está en concurso de acreedores por el módico precio de 90 millones de euros, por el que nadie, salvo traficantes de drogas colombianos, pagaría ni un euro. Habrá que devolvérselo a las aves. Si los ecologistas se hubiesen salido con la suya, nos hubiésemos ahorrado unos 400 millones de euros de nuestros bolsillos.

Hubo más... Hubo una vez un reino llamado de Don Quijote, en donde casinos y hoteles de cinco estrellas se ubicarían en un complejo urbanístico VIP que albergase a veinticinco mil residentes VIP. Jeques árabes con sus séquitos vendrían a hospedarse a nuestros hoteles. Serían recibidos por estilizadas y modernas dulcineas del siglo XXI que dominasen cuatro o cinco idiomas. Sanchopanzas como crupieres de tal Ínsula Barataria, que comenzó rotulando cientos de hectáreas y trazando planos sobre la nada. Construyeron un campo de golf como primer reclamo en medio de un secarral, y un restaurante donde ofrecer exquisita atención a los clientes VIP. Hoy quedan unos terrenos a los que la maleza a vuelto a invadir con más inquina. Una vez más, don Quijote se estrellaba contra un molino de viento.

Pensaba en este cuento de lechera ideado no desde la ambición y la ignorancia, sino desde el premeditado fraude, cuando iba a Valdepeñas esta mañana (me permito una digresión: cuando fui a La Rioja me dije que no había tanta viña para tanto vino. Ya sé dónde están las viñas del vino de La Rioja). Una autovía que finaliza de súbito nada más pasar Almagro y se continúa circulando por un tramo inacabado, apenas treinta kilómetros parcheados y de pavimento inestable de la antigua carretera. Se denomina Autovía del IV Centenario, una muestra más de aquel desvarío. En sus rótulos aparece el dibujo del avión y los kilómetros que van restando hasta las fantasmagóricas instalaciones como de estación espacial en Marte. Tal vez este tramo, Ciudad Real- Valdepeñas, era el único con sentido, en el que podían haber invertido un último esfuerzo por concluirlo, porque desde el reino del los viñedos hasta la capital hay un trasiego incesante a cualquier hora del día. Cuando se presiente el invierno, allá por noviembre, las nieblas amanecen anudadas a las vides y a los olivos, se despejan en el foco del día, y vuelven a descender con pasmosa sincronicidad a medida que cae la tarde. Esa carretera se convierte en la noche en un manto espeso y gris que la hace pesada y peligrosa. 

Construir castillos en el aire solo es privilegio de los niños y de los poetas, y de Cervantes, los únicos capaces de crearlos de la nada y dejar que se desmoronen a su antojo, para volver a crear, como si nada. Sólo ellos tienen la concesión de ver gigantes en donde hay molinos, de estrellarse y volver a ponerse en pie para volver a estrellarse, tantas veces se les antoje ver gigantes. A los políticos les está prohibido construir quimeras y abandonarlas por capricho o por hartazgo. No, no más castillos en el aire a costa de la salud, de la educación, de la seguridad de las carreteras, de la salubridad de las ciudades, de la cultura... No más pirámides que nos contemplen impunemente en este paupérrimo estado de decadencia.  


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