8 de agosto de 2014

Se llama Ébola

Y él se llama Miguel Pajares, ciudadano español que residía en Liberia, país que padece una epidemia del temido Ébola, cuyo bonito nombre, porque es realmente bonito al pronunciarlo, procede de un afluente, pequeño río que desemboca en el Mongala, río de África Central, concretamente del Alto Congo. Fue en ese pequeño afluente en donde se identificó por primera vez este virus letal, de ahí su nombre. Un virus cuya capacidad de contagio y virulencia, sumado a las condiciones de pobreza e insalubridad de los habitantes en donde surge el brote, produce la muerte en el ochenta por ciento de los casos.

La polémica sobre el auxilio y repatriación de este ciudadano español es bochornosa, vergonzosa, patética, de un cinismo atroz y me atrevo a decir que de una manifiesta incultura y un análisis simple que raya la estupidez, como viene siendo habitual en todos los foros y redes sociales últimamente. 

El Estado español, vía sus consulados (que para eso están, no son meras instituciones representativas, tienen sus funciones), tiene la obligación de PROTEGER y AUXILIAR a los ciudadanos españoles en el extranjero (al margen de su ideología política o religiosa, profesión, raza y sexo).

"La garantía de protección es de diversa naturaleza. Las manifestaciones de esta acción diplomática y consular está relacionada con la garantía de los derechos humanos fundamentales: derecho a la vida, a la integridad física y a la libertad". La protección de los españoles en el extranjero, práctica constitucional. Castor M. Díaz Barrado

Ni a Miguel Pajares se le ha traído a España porque sea sacerdote, ni porque sea médico (que lo es), ni porque sus años de voluntaria dedicación a los más débiles merezcan tal recompensa. Uno decide estar donde está libre y voluntariamente, no son misiones por obligación, sino por vocación y libre decisión, por tanto, esas voces que intentan crear esas conciencias de culpa, mejor dejen de argumentar desde esas posturas beatas que sólo llevan a la polémica y al enfrentamiento. Imagino que EEUU no ha repatriado a los dos infectados suyos por ninguna otra razón que no fuese la que es: el derecho de un ciudadano de su país a ser auxiliado en una situación extrema y bajo peligro de muerte en un país extranjero. Como desgraciadamente repatría a sus soldados muertos, como este país que es España ha repatriado a los suyos, o a sus periodista muertos cumpliendo con su tarea de informar, o como se ha sacado de alguna ratonera a muchos de ellos, o se ha pagado por su rescate. Y no hay más.

Y ya lo que faltaba por oír es que el Estado le pase la factura a la orden del religioso para ver cómo la va pangandillo, oigan, aunque sea con lo que se recoja al pasar el cepillo en cada misa. Este gobierno no puede ser más cutre, más pusilánime y más absurdo. 

Traer a España a este ciudadano español no es cuestión de humanidad, sino un deber. Lo que allí sucede sí es una cuestión de humanidad, de solidaridad internacional. ¿Cuánto cuesta ponerse de acuerdo y crear inmediatamente un fondo que pague cientos de sistemas de suero, paracetamol, sueros y plasma a mansalva? ¿Cuánto improvisar tiendas de campaña- hospitales in situ  y enviar profesionales sanitarios voluntarios dotados de todos los equipos con los que nos van a dotar a todos los profesionales sanitarios, ante este nuevo toque de emergencia de la OMS y de autoridades sanitarias, por si algún caso de Ébola se deja caer por estos pueblos de cuyo nombre nadie quiere acordarse, y mira tú por donde se va a acordar el bichito asesino? ¿Cuánto cuesta poner un poco de sentido común a esas decisiones desproporcionadas que conllevan gastos desproporcionados e inútiles, para que no hagan siempre su agosto estos o los otros laboratorios o empresas productoras de escafandras, con semejantes medidas, defensivas más que preventivas, absurdas, como si de una película americana apocalíptica se tratase, mientras el epicentro del problema sigue destruyendo a los más vulnerables? No, todas esas medidas que empiezan a removerse, aquí no,  es ALLÍ, en donde mueren como animales abandonados a su suerte, en donde se precisan todos los esfuerzos.

Pues así todo, entre prejuicios y políticos sin cerebro sigue la vida con sus palos de ciego (hasta que nos descalabremos nuestra propia cabeza).

No hay comentarios:

Publicar un comentario