5 de septiembre de 2014

Me acuerdo

Me acuerdo...

De cuando ir a la escuela no era ni una obligación ni un derecho.

Me acuerdo de cuando la ropa interior era sólo blanca y de algodón.

Me acuerdo de los pañales de mis hermanos, que se les llamaban picos y gasas, tendidos al sol.

Me acuerdo de una higuera que daba higos como la miel, y de un espantapájaros sobre sus ramas que no impedía que los tordos los picotearan.

Me acuerdo de la quietud de la sobremesa del verano, de la sombra de una parra y de la tierra ardiente de un patio manchego que abrasaba las plantas de los pies descalzos.

Me acuerdo de una cría diminuta, sentada en el brazo de un enorme sillón de una barbería que olía a madera vieja y a cuero desgastado, a jabón y loción de afeitado para hombres y a tabaco de liar. Puedo oír el chasquido rápido, preciso, de aquellas tijeras manejadas con espectacular maestría entre las orejas. Y puedo sentir  la congoja al ver caer los mechones de pelo, que como pequeños caracoles muertos rodaban por los hombros y quedaban esparcidos por el suelo.

Me acuerdo de cuando había que vestirse bien en domingo, con el vestido y los zapatos más nuevos.

Me acuerdo de una plaza, de una tienda con olor a regaliz negro y de dos crías de paseo bajo el calor de una tarde de verano.

Me acuerdo de untar betún en los zapatos de mi padre y de mi hermano, dejarlo reposar unos minutos y luego cepillar hasta quedar relucientes como un cristal.

Me acuerdo de un grupo de niñas aprendiendo a coser y a bordar, para preparar el ajuar para el día de la boda (decían nuestras madres, que no sabían de más futuro que el de ser ama de casa y tener marido).

Me acuerdo del olor a uva prensada de la bodega del vino que había al lado de la casa de mis abuelos paternos. La llegada del otoño y su fresca brisa sobre los hombros siempre traían olor a vinagre y a mosto.

Me acuerdo de las manos pegajosas entre las vides, el calor sobre la espalda y las canciones de los jornaleros (siempre coplas) que amenizaban la larga jornada.

Me acuerdo de subidas a la ermita al caer de la tarde, con una guitarra y una libreta de canciones... Y luego el silencio, para contemplar el fugaz instante del declinar del sol tras la sierra.



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