6 de octubre de 2014

El vuelo

¡Vuela!, le dijo.
Y extendió sus alas, mas sintió vértigo.
¡Vuela conmigo, sin mirar abajo!
Y empezó a tomar altura
y a creer en aquel cielo
y en la inmensidad de aquel mar.

Y era hermoso el horizonte,
en donde no había línea ni final,
el mar se confundía con el cielo
y el cielo se confundía con el mar.
Y sobre el mar se confundía el baile de sus alas
y sobre el cielo el baile de las olas,
como si olas y alas se hubiesen fundido
en su abrazo acompasado y eterno,
como una pareja que no se cansa de danzar
al son de una eterna melodía.

Mas un día sintió un dolor súbito,
como un crack,
y el cielo comenzó a alejarse sin darle amparo,
y cada vez quedaba más arriba,
como un punto de luz inalcanzable,
y la sombra de sus alas inmóviles
se hacía cada vez más pequeña
sobre la quietud de un mar que se tornaba
oscuro como un pozo
a la espera de su vuelo abatido:
No temas,
seré indulgente contigo y tu destrozo.



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