28 de octubre de 2014

Pactos


Dejas de sentirte solo cuando la soledad se convierte en tu compañera, que cantaba Georges Moustaki en Ma solitude. ¿Cuántas canciones, poemas y relatos habrá inspirado la soledad? ¿A cuántos habrá desesperado? No hay mejor confidente, ella no traicionará esa intimidad de la que es testigo muda, porque es nuestra soledad y de nadie más. Y comparte tus lecturas, y tu música, y tus silencios... y escucha tu pensamiento, y te ve llorar y secarte esa absurda lágrima. Y no exige, ni se impacienta, ni juzga, y siempre que buscas su refugio, está. Esa fiel y única compañía cuando nos embarga el sentimiento de derrota: nuestra soledad.

Dejas de huir cuando entiendes que aquello de lo que huyes siempre va contigo. Lo expresé una vez en lo que intentó ser un poema, o fue un poema... no recuerdo ahora:

Ha cesado la lluvia ahí afuera,
mas continúa aquí
adentro
la tormenta.

Dejar de ser un fugitivo de sí mismo, de esa sombra que siempre nos alcanza, la nuestra.

La vida requiere pactos, tal vez ahí está el secreto. Existen luchas que son batallas perdidas desde el principio: no vale maldecir ni renegar de la muerte de un ser querido, hay que aprender a vivir con su ausencia, un pacto con el recuerdo que supla el vacío; no vale empeñarse en amar a quien nunca nos amó, es preciso un pacto con el olvido; no vale lamentarse por la decepción de un padre o de un amigo, por esas traiciones que dejan poso amargo, es preciso un pacto con la indulgencia, no para con ellos sino para con nosotros, por esa necesaria paz.

He referido en más de una ocasión esta frase que se atribuye a García Márquez, sobre la vejez y su pacto honrado con la soledad. Ir caminando hacia ella con pequeños o grandes pactos, siempre honrados, sobre todo para con uno mismo, aunque de vez en cuando, 
y ahora que ya no soy más joven, 

que soy eterna pues he muerto cien veces, de tedio, de agonía, 
y que alargo mis brazos al sol en las mañanas y me arrullo 
en las noches y me canto canciones para espantar el miedo, 
¿qué haré con esta sombra que comienza a vestirme

y a despojarme sin remordimientos? 

que tan hermosamente expresa Piedad Bonnett en su poema, no nos quede otro remedio que darnos al placer de nuestra propia traición.


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