8 de diciembre de 2014

Vuelve a casa, vuelve...

El avión tomaba tierra. No había avisado de su llegada, nadie estaría esperándolo en el aeropuerto. La última vez que hablaron y se vieron por Skype hacía dos semanas, y cuando le preguntaron que si vendría por Navidad, contestó con evasivas: que no sabía, que dependía de si un compañero le cambiaba el turno, que había conocido a una chica y que esta le había invitado a conocer a su familia... Ante esto último, sus padres se miraron y sonrieron, luego le dijeron que hiciese lo que quisiera. Mejor así... Qué sorpresa se llevarán. Tomó un taxi. La emoción empezaba a embargarlo a medida que se adentraba en las luces navideñas de su ciudad. Dos años... La primera Navidad estaba recién llegado a Inglaterra, se acostumbraba aún a ese frío húmedo que le calaba los huesos, a ese sol ocasional y sin fuerza, a sus compañeros de piso, a esas comidas desaborías, con verduras hervidas sin más. Ya tenía ganas de abrazos, de los amigos de siempre, de una sopa caliente y de las albóndigas de mamá. Tenía ganas de ver a Andrea, con su gracia, con su risa, con su olor a chicle de fresa.

Durante el trayecto, imaginaba a sus padres en el salón: su padre releyendo el periódico de la mañana, sentado en ese sillón desvencijado de tanto uso, con su bata de cuadros azules y grises sobre su ropa de calle (papá detesta ponerse el pijama si no es para irse a dormir), una pipa vacía que se llevaba de vez en cuando a la comisura de los labios, como si en verdad fumase, pero hacía ya veinte años o más que dejó de fumar; desde lo del infarto. Su madre estaría leyendo alguna novela de Aghata Cristie, con las gafas apoyadas sobre la punta de la nariz, su pijama en tono pastel y su bata fucsia anudada a la cintura. Por supuesto, estaría Barrabás (mamá, si le valiera, montaría un albergue de acogida para animales abandonados), un gato callejero que se encontró merodeando en el contenedor de la basura y al que decidió adoptar tras un buen japoteo en la bañera con el que le dejó su ajado pelaje como la seda. Barrabás se había acostumbrado a la buena vida. Se había convertido en un gato orondo y comodón, al que se le había olvidado lo que era la calle y los tejados. Estaría allí, ronroneando sobre su cojín, tirado a los pies de ella.

Entró con sigilo. Las luces del pasillo estaban apagadas y solo unas leves ráfagas de luz intermitente procedente del salón se atisbaban desde la puerta de entrada. Le pareció extraño. Pensó en el "sorprendedor" sorprendido, en que nada más entrar al salón, el silencio y la oscuridad se convertirían en luces y risas y sus padres y amigos se dirigirían hacia él con los brazos abiertos, como en el mítico anuncio de El Almendro. Nada de eso sucedió. Dio al interruptor del salón y árbol de Navidad, plagado de lazos plateados y bolas de cristal azul, lucía intermitente en una esquina. Contrariado, buscó alguna señal y, de repente, pensó en lo peor: ¡el infarto, a papá le ha repetido el infarto! Tomó el móvil para marcar no sabía muy bien qué número de teléfono, cuando entre sus pies apareció Barrabás, con cara de hambre y de pocos amigos. Se sorprendió interrogando al minino, que no le hacía ningún caso, sólo se dirigía a su cuenco de comida vacío y maullaba sin cesar. En su inquietud, comenzaba a sentirse irritado. Volvió a marcar un número, el de su madre, y una voz le dijo que en ese momento no estaba operativo. Se dirigió a la cocina con la idea de buscar comida para gatos en alguno de los muebles, y que se callase ese condenado y lo dejase pensar con tranquilidad. 
Reparó en un sobre rojo sobre la mesa blanca. Lo abrió con urgencia y leyó la nota.

"Roberto: 
Si al final decides venir por Navidad, tu madre y yo estaremos de crucero. Teníamos tantas ganas de un viajecito... Brindaremos por el año nuevo en alguna isla griega. A tu madre le hacía tanta ilusión. El frigorífico está vacío, no podíamos dejar nada perecedero sin saber si vendrías o no, pero ya sabes que en la esquina de la calle hay un chino, y si no, ya te las apañarás. 

Muchos besos de tu madre y míos. Hemos decidido viajar sin móviles, ¡una liberación! 
Nos vemos en año nuevo.

PD: Dice tu madre que des de comer a Barrabás, que seguro que sigue en casa y no ha querido saltar por la ventana del cuarto de baño que le dejamos abierta, para que se buscase la vida como hacía antes... sospechamos que a lo mejor prefiere morirse de hambre antes que volver a la calle.

Feliz Navidad

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