4 de enero de 2015

A la conquista de la vida

La montaña se ha cobrado otra vida, dice un noticiario de televisión. La carretera se las cobra a diario, también el mar. Infortunios, muertes evitables (pensamos desde la cordura y el acomodo en nuestro asiento): un despiste, un alarde de osadía, la temeridad de salir al mar, o querer sentir su bravura desde la orilla en un día en el que él se agita inclemente y despiadado. Un golpe de ola, un fallo en un arnés, entrar a cien en una curva en donde reza sesenta... y se acabó.

Existe, tal vez, un tipo de ser humano en constante evasión. Busca evadirse de esa vida cómoda (o no tan cómoda) y establecida. La rigurosidad de la norma, la asfixia de lo convencional, la claudicación a lo que "debe ser". Busca la emoción para su espíritu, algo que lo aproxime a la libertad, aquella ancestral, como esos caballos de las praderas americanas que corren sin rumbo, sin destino ni fin, solo por correr. Corre tras los sueños, así es un poco la escritura, así es el reto de cruzar un estrecho a nado, así la osadía de escalar en la verticalidad de una roca inasible... 

Es una manera de caminar por la vida, con esa imprudencia, retándola... Es una manera de vivir, y algunos no sabemos vivirla de otra manera. Podríamos intentar vivir como otros tantos: hacernos hueco en un sofá y verla fluir por la ventana, admirar los golpes de olas en el televisor, 23º C en la calefacción mientras nieva ahí afuera, tomar el paraguas si llueve o por si llueve, sortear los charcos antes de ser llovidos, caminar mirando hacia los balcones por si cae una maceta (so pena de pisar una mierda de la acera)... ¡Viva usted con precaución! Olvídese de esa locura que es vivir más allá de lo que le conviene. La voz de la comodidad es ese angelito con alas que se posa en el hombro y te recuerda que el corazón no está hecho a prueba de tanta bomba emocional, que te llama al orden. Y, a veces, depende de lo mermadas que vayan las fuerzas, incluso te convence, y te abandonas de nuevo a la rutina de ir sobreviviendo. 

Pero siempre habrá alguien que vuelva a inquietarnos, que muera en la cima de una montaña y despierte una idea: murió haciendo algo que amaba y le hacía sentirse libre. Y también puede suceder que alguien se acerque de nuevo, sin ningún miedo a ser tragado, a un acantilado desde donde contemplar ese mar violentado; alguien volverá a mirar hacia una cima y avanzará con paso firme hacia lo alto; alguien pisará el acelerador de un coche contemplado el sol sobre el horizonte... Y tal vez ese día no suceda nada irreparable, y cada uno regresará a casa con la sensación de haber sido libres, de haber "conducido sus sueños por donde sus ojos los soñaron...", algo así dijo Gaston Rébuffat, alpinista francés que no sólo abrió cientos de rutas entre las montañas francesas, también sumó a ello unos cuantos libros en los que hablaba del peligro de la montaña, y en donde también exponía, en una hermosa prosa, la exaltación de la conquista de una cima. Gran metáfora.

Vivir es peligroso, pero nada más hermoso que la exaltación de la conquista de sentir que realmente estás vivo.


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