25 de enero de 2015

El derecho a equivocarme

La libertad es, entre otras muchas cosas, el derecho a equivocarse. Eso le decía ayer a un buen amigo, hablando de ese errar en la vida. Sí, uno tiene todo el derecho del mundo a equivocarse, sobre todo cuando esa equivocación es el bumerán que te viene directo a la cara: Yo me he equivocado y sólo yo sufro las consecuencias de esa equivocación. Cierto es que, aunque errar es de humanos, si usted es el capitán de un barco con tres mil pasajeros, procure que la decisión sea la más acertada y no lo lleve a la deriva, hay en su decisión una responsabilidad más allá de la suya. Pero, aún así, usted tiene todo el derecho del mundo a equivocarse.

Como madre con hijas en edad adolescente, es una pregunta que me hago casi a diario: ¿En qué me he equivocado y me sigo equivocando? Cuando comparto mis zozobras con otros padres, llego a la conclusión de que no me estoy equivocando en nada, mejor dicho, me estoy equivocando en lo mismo que se equivocó mi madre y se equivocarán mis hijas: la impaciencia por verlos crecer y salir de esa edad laberíntica, de ese jardín de pasillos en los que ellos y nosotros vamos de un lugar para otro sin salir del mismo espacio, voceando, sabiendo que estamos ahí, pero sin encontrarnos. A veces, parece que ya estamos en la salida, que al fin nos encontraremos, y, en un giro inesperado, de nuevo alguno vuelve a adentrarse en el laberinto, y vuelta a empezar. Es complicado.


Sobre todo, el sentimiento de creer que te has equivocado es frustrante y doloroso, se siente uno como Marc Anthony, tan estúpido y tan ilógico. Hay cuestiones en la vida en donde no entra la lógica, y esas decisiones se escapan a toda razón, porque en tomarlas no entra la cabeza, son promovidas por otros ánimos. Y bueno, uno al final entiende que se equivocó, o no, porque bien es cierto que el fracaso de ciertas decisiones no dependen sólo de uno mismo. A veces, las decisiones dependen de un juego en donde uno conoce sus propias intenciones, pero desconoce las del otro. La equivocación se produce al errar en esa presunción de intenciones, porque a la postre se desvelan los distintos intereses, o los engaños. Esas equivocaciones se sienten especialmente, porque hieren en eso que no es carne ni hueso, el dolor está ahí dentro, sin un lugar específico, y dependiendo de cómo se levante uno por la mañana, hay días que es llevadero, casi ni se siente, y otros que araña como un gato. Es una herida en el amor propio, en el orgullo. una traición a la razón, a lo que creíamos dentro de nosotros un orden inalterable. Y cuesta restablecer ese orden que conlleva algo realmente difícil, una hazaña: perdonar los propios errores. 

Cuando Irene Villa presentó su libro 'Saber que se puede', le escuché decir muchas veces la palabra perdón. También hizo una diferencia entre el dolor y el sufrimiento. El dolor siempre está ahí, es inevitable. Es el sufrimiento el que depende de nosotros. Y si hay algo que haga la vida insoportable es convertirse en un eterno animal doliente, esa incapacidad de gestionar el sufrimiento y salir de él. Habló de perdón, perdonar para poder seguir, pero no solo a aquellos que le destrozaron sus piernas y la convirtieron en víctima inocente de una lucha ajena a ella, sino a sí misma convertida en víctima de sus limitaciones, que no era no tener piernas, era no ver más allá de aquella tragedia. Después, Irene Villa supo que se podía. 

¿Qué sufrimiento puede provocarnos una equivocación comparado con una tragedia que te cambia la vida, como la de esa mujer? Si siente una un poco absurda con semejante comparación. Claro, claro, a cada cual le duele lo suyo, y se sufre. Pero mañana volverás a equivocarte, porque es tu derecho y tu torpeza, también lo decía Julio Iglesias (que no es sólo Marc Anthony un pozo de sabiduría): Tropecé de nuevo y con la misma piedra... 

Somos así de vulnerables. Pablo d'Ors, en Biografía del silencio, dice algo así como que reconocer esa vulnerabilidad ante nosotros mismos y los demás es lo que nos hace querernos y que nos quieran. No somos perfectos, al contrario, somos un cúmulo de imperfección. Y ahí está la cosa, en saber que no es la primera vez que nos equivocamos ni será la última, por tanto, dejemos de flagelarnos, mejor darse uno una palmadita en la espalda y pasar página para seguir avanzando en ese libro que es la vida, que no significa olvidar, -pertenezco al club Perdono(te y me) pero no Olvido (sin acritud)-, porque nunca se olvida un libro cuando se concluye su lectura. Todo libro deja su poso, bueno o malo. Igualmente las cosas de la vida. Y ese es el que nos va haciendo, el poso que hay que transformar para convertirlo en una herramienta útil, no en un lastre que nos arrastre o al que arrastrar. 




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