26 de enero de 2015

Te recuerdo, Laura

Hay días, Laura, en los que cualquier rastro de ti en esta casa me resulta insoportable. Así que empiezo como un loco a poner boca abajo todas las fotos desde las que me sonríes eternamente. Luego me desnudo y me doy una ducha, y vuelve a aparecer tu rastro, que ya no es una fotografía que pueda poner boca abajo, es tu cuerpo desnudo y tus brazos enredados con los míos, y tu pelo chorreando, y tu piel empapada y el agua descendiendo por nosotros como un río en una lluviosa primavera. Y, de repente, todo se tiñe de rojo. Y, entonces, me desespero y es cuando creo que se apodera de mí la locura.

Me visto con lo primero que encuentro y salgo a la calle en busca de aire... De aire, Laura... como si realmente pudiese respirar en medio de esta asfixia. Y dejo que mis pasos me lleven por calles que no conozco, por plazas y parques en donde no hallar ni rastro de ti, nada que te recuerde porque nunca estuvimos allí. Pero tú sabes, Laura... todos los parques se parecen, y todas las calles, y todas las plazas... Continúo andando mientras pasan las horas hasta que cae inapelable la noche, como una sentencia. Y como un animal cansado, busco refugio en algún garito de mala muerte, en donde siempre hay un camarero que te sirve una copa sin pedírsela, y un alma solitaria que mira descaradamente desde una esquina mientras pasea su índice por el filo de una copa medio vacía. Y se acercará a preguntar que si estoy solo, y asentiré con la cabeza sin mirar mientras doy un trago. Y ese día, en el que cualquier rastro de ti me resulta insoportable, concluye en una cama y en unos brazos extraños. Y, cuando regreso, vuelvo a colocar en su lugar todas tus fotografías, y acaricio con las yemas de mis dedos el fino cristal que me separa de tus labios. Y me sonríes, y te sonrío con dolor.

Pero otros días, Laura, tu nombre es como música, y no dejo de pronunciarlo. Laura, mi querida Laura. Y entonces reservo mesa en el mismo restaurante en donde íbamos a menudo, y pido el mismo menú que solíamos tomar. Y es como si te hubieses retrasado, y aguardo un rato, tranquilo, como si fueses a llegar. Allí me propusiste que tuviésemos un hijo, ¿te acuerdas? Apenas si llevábamos saliendo unos meses, y tu atrevimiento me pilló por sorpresa. Yo te dije que jamás nadie me había hecho una propuesta cuya ejecución fuese tan placentera y agradable, y que tratándose de ti no tendría ningún inconveniente. Te pusiste colorada y después reímos a carcajadas. Adoraba ese rubor en tus mejillas, te devolvía la frescura de aquellos años de adolescencia en los que te recordaba paseando en bicicleta por la avenida del parque. Ya ves, quién nos iba a decir que luego, en la universidad, acabaríamos juntos. Esos días, pronuncio tu nombre entre dientes y apareces doblando la esquina en tu BH azul, con aquel vestido blanco, vaporoso, que perfilaba tus pechos y tus piernas por la fricción del aire. Y todo ese tiempo en el que fuimos felices acude a mí como el agua de una pila bautismal. Tu nombre, esos días, es una redención.

Recuerdo esa mueca tuya de decepción cada vez que una prueba de embarazo daba negativo. Pero volvíamos a retomar el ánimo, hasta que un día aparecieron esas dos deseadas rayas color de rosa. Se hubiese llamado Carlos, pero no nació. Y no supe estar a la altura de las circunstancias. Ahora lo sé. Cuando quise darme cuenta, tú ya me habías culpado de todo: del irreparable vacío de tu vientre, de la oscuridad en la que te gustaba permanecer en el cuarto, de tu tristeza, de mi ausencia en aquel agujero en el que te había sumido la pérdida de nuestro hijo en aquella última recta del embarazo.

Y luego vinieron tus obsesiones y el negarte a volver a intentarlo, y los psicólogos, y tus silencios. y los llantos ahogados en mitad de la noche, y el rechazo de mis abrazos... Y ya no supe cómo estar en tu vida ni cómo retenerte en la mía. Y me daba cuenta de que te iba perdiendo, de que ya no éramos ni tú ni yo... Y yo busqué a los amigos y las salidas para no ahogarme en esa espiral que me arrastraba contigo, y tú me esperabas despierta para reprochármelo, y yo te decía que volviésemos a salir, que te quería conmigo pero que me lo ponías muy difícil, que el mundo no se acababa ahí... Y siempre acabábamos en esa batalla de reproches. Y entonces fui yo quien te propuse que nos separásemos por un tiempo... Laura, por un tiempo. Y pareciste reaccionar. A la mañana siguiente te levantaste temprano y te diste una ducha. Te pusiste uno de tus vestidos preferidos y dijiste que tenías cita con el psicólogo. Dejaste preparado el desayuno mientras yo entraba en el cuarto de baño. Oí cerrarse la puerta. Ya no recuerdo más de aquel día, ni de aquellas tres semanas que me contaron que estuve en coma. El disparo me atravesó la artería pulmonar... 



3 comentarios: