10 de febrero de 2015

Ventanas

No es lo mismo una ventana desde la que se ve el mar, inagotable e inalcanzable, que una ventana desde donde se ve un muro de piedra que la vista no puede sortear. La ubicación de la ventana es importante, su posición al Este o al Oeste, de tal forma que recibe la luz de la mañana o la que se extingue en la tarde. Es algo que tengo en cuenta cuando viajo y duermo en un hotel (siempre que viajo, duermo en un hotel): una habitación con vistas, aunque la parada en ella sea solo para dormir... pero también lo es para despertar, y esta que escribe tiene la manía de asomarse a la primera luz de la mañana nada más despertar en otra ciudad, y oler sus calles y sentir su frío o su tibieza en la cara. "Por favor, con vistas al mar". O "Por favor, con vistas al exterior". A veces, la mayoría, omiten ese pequeño detalle, y la vista es un patio interior por donde tuberías exteriores suben o bajan por esos tristes coladeros de luz.

Y, tal vez, La Mancha, esta tierra epicentro de la península, un poco escurriéndose hacia el Sur cual relojes de Dalí, es un patio interior al que dan todas sus ventanas, y tal vez sea esa la explicación de que el arte, en sus distintas manifestaciones, tenga pocos representantes nacidos en esta tierra, aunque curiosamente el pintor realista vivo más afamado del momento naciera en Tomelloso, y un director de cine oscarizado naciera en Calzada de Calatrava, y una de las actrices españolas que pisó Hollywood antes que Penélope Cruz fuese natural de Campo de Criptana... y varios del actual mundo de la farándula, humoristas en su mayoría, nacieron en estos áridos alrededores, en donde la cultura se confunde con el folclore y la promoción de esta corre a cargo de orquestas, charangas, coros y danzas y cofradías de Semana Santa. Parafraseando una estrofa invertida de una canción de Batiatto, diría que el arte no encuentra su mecánica, ni humana ni divina, para aflorar entre tanto sentimiento popular, y sus escasos representantes, y no me refiero a los de la farándula, sino a pintores, escritores... no encuentran ni su espacio ni el reconocimiento de sus gentes. Nadie es profeta en su tierra, pero mucho peor es ser tierra sin profetas.


Este lugar, que Cervantes universalizó, ha hecho del comienzo de El Quijote su máxima: En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme... Algo así le pasa al castellano-manchego con sus insignes personajes, no sólo no los reconoce, sino que los sepulta en el más completo olvido. Sería curioso, a la par que triste, comprobar en una sencilla encuesta de varias preguntas, hasta dónde llega el conocimiento y el aprecio del castellano-manchego por sus grandes personalidades:

¿Sabe quién es Andrés Iniesta? 
¿Sabe de dónde es oriundo?
¿Sabe quién es Manuel López-Villaseñor?
¿Sabe en qué ciudad de La Mancha tiene su museo?
¿Sabe dónde nació Antonio Gala?

Las dos primeras se acertarían al noventa por ciento, sin duda. De las otras, dudo que a López-Villaseñor lo relacionen con la pintura (qué digo, alzarán los hombros y como la pregunta iría seguida tras la de Iniesta, se preguntarían si es nuevo fichaje del Barcelona). Pocos ciudadrealeños, incluso, conocen al Maestro indiscutible del Realismo español y claro influyente en Antonio López, al que fue presentado por su tío, también llamado Antonio López (Torres), cuando el sobrino era un adolescente y Manuel López-Villaseñor un joven ciudadrealeño que ya tenía un pie en Madrid y otro rozando Italia, porque como diría Miguel Hernández, no se es nadie si no se llega a Madrid, de ahí su empeño en encontrar a Lorca que le sirviera de ventana con vistas al mar. 

La Mancha siempre ha sido una ventana ciega, a pesar de la inmensa llanura que se abre al otro lado, una vasta llanura en donde la vista se pierde y no alcanza a las viñas y olivos, que el sol reseca y embrutece, y en donde cuesta clavar la azada y que brote el fruto. Tal vez sea ese cansancio de los eternos días, del sol a sol con el lomo doblado, de ese esfuerzo máximo para tan poca recompensa, lo que convierte a esta tierra en un secarral del Arte con mayúsculas, en el poco gusto por la lectura, en el nulo estímulo por la escritura en cualquier semana cultural escolar o en los institutos que se precie. Tal vez sea ese desprecio de algo que no da de comer ni de reír o divertimiento, por lo que en esta ciudad, por ejemplo, no exista una escuela pública de pintura que se llame López-Villaseñor, aunque sí hay una escuela de Bellas Artes que se llama Pedro Almodóvar, en donde se enseña de todo menos Arte, entre otras cosas porque el Arte no se enseña, se siente y se crea. Supongo que para incentivar los distintos campos del Arte hace mucho la educación, y luego esa educación conlleva una demanda: Bibliotecas públicas, clubes de lectura, escuelas de pintura... sembrar el germen en esas esponjas que son los niños, acercarlos a las artes plásticas, a la escritura, además de pintajajearlos para carnaval, dar a conocer a nuestros genios para tener la oportunidad de apreciarlos y amar su obra, en definitiva, abrir ventanas de par en par en las que, incluso encontrando un muro, la fantasía y la imaginación sean capaces de sortearlo y de ir más allá, porque el arte es esa verticalidad, esa espiritualidad capaz de saltar por cualquier ventana y traspasar cualquier muro de piedra.




No hay comentarios:

Publicar un comentario