8 de junio de 2015

Silencio

Cuando Pablo d'Ors presentó su libro 'Biografía del silencio', en una entrevista dijo dos cosas importantes, una sobre el silencio, la otra sobre las vidas que no se parecen a ninguna otra vida.

Sobre el silencio, Pablo d'Ors dijo que era un espejo. Estar en silencio es estar sentado frente a un espejo. Y si permaneces más tiempo del que se tarda en cepillarse los dientes o en peinarse, si además lo haces en completa desnudez (física y espiritual), estar frente a un espejo incomoda, porque nos obliga a mirar con detalle todo cuanto somos. Una cicatriz que nos evoca, un rasgo físico acentuado, la primera cana, o decenas de ellas, una piel que se descuelga... Años, acontecimientos vividos, gente que pasó por nosotros. Nosotros. El silencio somos nosotros enfrentados con nosotros mismos.

Sobre las vidas que no se han parecido a ninguna otra, hacía mención Pablo d'Ors a Gandhi, a Charles de Foucauld, a Simone Weil (de la que extrae un poema con el que arranca 'Biografía del silencio'). Estas son vidas, dice d'Ors, que no se ajustan a ningún patrón, que no se parecen a nadie, porque ellos hicieron del silencio y de la atención una escucha permanente de sí mismos, un obedecerse a sí mismos y hacer de ello su dogma de fe y su estilo de vida. Y eso es lo que hace que sean biografías maravillosas, con sus controversias, la incomprensión y también la completa admiración por parte del mundo que les tocó vivir.

Y sí, en medio de tanto ruido, de este mundo agitado, no hay mejor forma de revolución personal que la de enfrentarse al silencio, que prestarse atención y hacer de lo que uno encuentra, piensa y ama su manera de vivir y de enfrentarse al mundo. Es, a la postre, lo único que nos salva y nos convierte en auténticos, en una biografía maravillosa, que dice Pablo d'Ors: vivir la vida tal y como queremos que sea, sin ajustarse a ningún patrón, sin dejarse arrastrar por lo que otros esperan o nos reclaman, sin más fe (y no es poca) que la de vivir cada día en lo que uno y por lo que uno está convencido que debe vivir. Y es ese el único esfuerzo que merece la pena.



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