Hay diciembres que no cierran año,
cierran una vida entera.
Diciembre avanza,
ineludible y tibio, por la llanura manchega. El otoño va resuelto, concluyendo
su misión de despojo. Lluvia mansa, la de estos días pasados, que engorda la
tierra contraída por la sequía de tan largo verano. Tierra y agua son dos bocas sedientas, la una se sacia y la otra se vierte.
El año se despide entre
brumas y rocíos sin escarchas. Se acortan los días y se alargan las sombras en
la fugacidad de la tarde, como una espalda infinita que se resiste a la
brevedad del instante. Otro año, otro pedazo de vida que se aleja como la
estela que deja una barca sobre la quietud del mar. El presentimiento de que
aún queda mucho viaje sin llegar a puerto, muchas estelas que se alejen y mucha
tierra que avistar. Aferrados al timón de una frágil embarcación, a veces la
vida es este mar que nos trae y nos lleva a su antojo mientras nosotros creemos
marcar el rumbo.
El día que murió Cohen,
el día de su eternidad, pensé en esas pérdidas que nos deshabitan, como esos
lugares en donde fuimos y ya no nos reconocen. Somos seres melancólicos
(inconsolables, decía Saramago), porque, de alguna manera, desde que nacemos,
algo o alguien se empeña en separarnos de lo que nos da la vida. Y es esa una
sutil disección irreparable que nos va despojando, como el otoño en su misión,
de todo aquello que nos hace.
Vivir es un hacerse y
deshacerse continuo, hasta que ya no quede nada que nos reconozca. No somos
huella indeleble, nos perdemos como esa onda sobre el mar que a la postre se
confunde con una ola en donde desvanecerse, o como ese humo de los aviones
sobre el azul del cielo que se va ensanchando hasta parecer la cola de una
nube. No existimos para nadie, salvo en aquellos que nos han vivido, que nos
viven y todavía nos piensan. Pero cada año que pasa también nos convertimos en
esa hoja que cae en la memoria de algo o de alguien para quien ya somos olvido
y desmemoria.
La forma de no morir tan
a prisa es abandonarse a vivir, mirar de soslayo el rastro que nos deja, soltar
el lastre y dejarse envolver por nuevos hilos de seda, por nuevas aguas… Irremediablemente, cada año, todo cuanto nos abandone irá dejando su estela.
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