5 de febrero de 2012

Blogueguería 48: Frío

Calienta las manos con su taza de café. La abraza entre sus dedos y aguanta el calor que casi quema, pero se permite ese placentero masoquismo del dolor del deshielo. El cielo es gris, la calle es gris, la gente que cruza parece gris, el bar es también una calle gris, así se llama: La calle, y su interior gris oscuro. Suena una canción gris. Un cliente gris y vestido de gris se dirige a la puerta mientras rebusca en sus bolsillos un paquete de tabaco. Frente a ella una especie de pequeña fuente decorativa que contiene fina arena de playa con los restos de tardes consumidas en cenizas, arena de playa gris. Le apetecería fumarse un cigarrillo, piensa, pero hace casi tres años que ya no fuma, ni siquiera tomó la decisión de dejarlo, de repente un día se dio cuenta de que hacía tiempo que ya no fumaba. Tal vez algún día vuelva a fumar igual que lo dejó, sin darse cuenta. Hay pasiones que ha dejado de la misma manera, de repente un día se dio cuenta de que ya no las sentía. No sabe, puede que algún día...  

Continúa mirando la calle a través de la puerta acristalada. No le gustan los bares y las cafeterías que no dejan asomarse al mundo. A ella le gusta mirar la calle desde el interior de las cafeterías, como si fuese su particular butaca de cine y ella la espectadora de un cortometraje improvisado, hoy en blanco y negro. El invierno impone una desnudez que la seduce; el vacío de las calles y las plazas. También su inclemencia.
El hombre de gris, un anciano casi, o lo parece, apura su cigarrillo. Lo hace al abrigo de una esquina, solitario, y solitario regresa para volver a sentarse en su solitaria mesa frente a una solitaria copa de coñac . La puerta se abre y deja entrar un ráfaga de frío invierno que destempla por breves instantes.

Toma un sorbo de su café ya templado, aromático, algo amargo por su costumbre de poner solo la mitad del sobrecillo de azúcar. Siempre que abre un sobrecillo se acuerda del anacrónico terrón de azúcar. Lo ponía sobre el café y le gustaba ver cómo absorbía el líquido y su color café con leche, como la metamorfosis del camaleón. Lo soltaba antes de completarse el proceso y observaba las burbujitas de su irremediable disolución.

Sigue mirando la calle que hoy es un escenario vacío, solo una pandilla de adolescentes la cruzó hace breves minutos, con su griterio adolescente, sus desgarbados andares adolescente y sus adolescentes caras de frío. Ahora se detiene una pareja joven en el centro de la escena. Ella intenta recolocarse una bufanda roja, un rojo vivo que destaca sobre el fondo de esta tarde gris. La escena le recuerda una secuencia de La lista de Schindler, aquel abrigo rojo rodando entre los cuerpos grises... Él le retira las manos y ahora son las suyas las que le recolocan la bufanda roja alrededor de su cuello. Lo hace despacio, en un gesto tierno, ella se deja hacer, cuando termina la besa en los labios y continúan su camino. Un tibio beso en los fríos labios de una tarde de frío invierno... Un último sorbo de un café que se quedó frío.

5 comentarios:

  1. A mí me gusta el sensual final de la historia.

    ResponderEliminar
  2. Es que siempre me gustaron esas películas en blanco y negro que terminaban con el The End sobre un último primer plano de un esperado beso... Unos besos que a veces parecían más forzados que deseados, por cierto.

    Abrazos, Dim!

    ResponderEliminar
  3. Carmen,
    Te entiendo bien en cuanto de gustar las películas en blanco y negro. Curiosamente, tenemos un canal en tele en que dan las películas de los años 30 y 40. Y casi todas las películas, que originalmente rodaban en blanco y negro ya se convirtieron en las películas de color. Y colores muy brillantes y fuertes; se ven un poco raro.
    Abrazos.

    ResponderEliminar
  4. Eso de echar colorante a las pelis que originariamente eran en blanco y negro es una herejía. Los hay que solo saben profanar el arte.

    ResponderEliminar
  5. Un bar y un café y algo con lo que escribir, antaño también un cenicero que daba calor pecho adentro, es lo mejor del invierno.

    Siempre me he preguntado cuando fue el último día que jugué con mis juguetes de niño, porque hubo un día, seguro, que los dejamos atrás para siempre, como tantas y tantas cosas vamos dejando sin darnos cuenta, hasta que ya han pasado mucho tiempo y las recuerdas, de lejos.

    Recuerdo muchos besos fríos ahora que pienso... fríos templados, fríos acalorados o fríos ardientes. Supongo que porque en esta ciudad el calor entra tres noches al año.

    ResponderEliminar