17 de mayo de 2014

Sobre la vida y muerte

Una de las acepciones de vida es SER HUMANO, una vida es un ser humano. Tiene otra hermosa acepción: EXISTENCIA. Vivo, luego existo. Existo, ¿luego vivo?
Muerte: EXTINCIÓN DE LA VIDA, entre otras acepciones.

Tumor, esa palabra que da miedo, que, al verla escrita en un informe, uno tiene su recelo. Bulto anormal o proliferación patológica de células del organismo. 
Hace unos meses localicé un tumor en uno de mis pechos. Masa dolorosa al tacto, de tamaño y aparente forma de un altramuz. De algo me tienen que servir los muchos años de profesión. No me alarmé. Masa dolorosa y móvil al tacto, y situada en un cuadrante inferior, se corresponde posiblemente con alguna glándula mamaria hipertrofiada, al capricho de cambios hormonales. No obstante, más vale prevenir que curar. La prueba diagnóstica confirmó mi juicio diagnóstico y el de mi médico de cabecera. Se trataba de algo sin importancia. De aquello hace varios meses. 

Hace unas semanas, apareció otro. Este más sospecho. Indoloro, cuadrante medio, duro y aparentemente adherido a otras estructuras. A la ansiosa espera del resultado de otras pruebas diagnósticas, la cabeza no ha dejado de darle vueltas a esa posibilidad, la de la enfermedad indeseable, la del cáncer y sus terapias. Esa lucha que agota el cuerpo, que te convierte en dependiente. Pero mis temores no eran tanto por esa lucha, sino por los que la viven contigo.

Dicen que en esas circunstancias en las que la muerte parece presentarse de súbito, en esos instantes fugaces, toda tu vida pasa frente a ti como una película acelerada. En el único accidente grave, de coche, que he sufrido, aseguro que no es cierta tal cosa. Prima el instinto de supervivencia por encima de la romántica idea de lo que se ha sido y ya no se volverá a ser. Aferrarse al volante, encogerse sobre uno mismo como un ovillo, como si esa postura fuese un escudo protector, y contraer todo el cuerpo a la esperar del impacto. Durante breves segundos, cuando se asienta el polvo, deja al fin de crujir la chapa del vehículo y de tintinear los cristales de las lunas, no sabes bien si ya atravesaste ese umbral que te ha conducido al Más Allá, crees que en verdad la muerte no duele, ha sido todo tan rápido, tan leve... Ni tan siquiera ha crujido un hueso. En el cielo no hay dolor. La muerte sólo duele para el que se queda (aunque valga aquel capítulo verídico del viudo que se dolía de la muerte de su joven esposa porque le había dejado tan solo... frente a la hipoteca de su casa recién comprada). El dolor es tan caprichoso, unas veces duele y ahonda hasta lo inefable y otras tan sólo en el bolsillo.

Pero decía... Estas semanas, hasta ayer, que supe del resultado favorable de ese tumor, sin duda por su morfología etc, etc... benigno (bendita palabra), me han asaltado con frecuencia esas acepciones de la palabra vida: existencia, ser, tiempo, duración de las cosas... Existo porque estoy vivo. Tiempo. Vida. Viva. Yo vivo, estoy viva. Estoy (soy) viva. Soy vida, existencia. ¿Qué he hecho en estos ya cuarenta y siete años de vida? La posibilidad de la enfermedad, incluso la hipotética posibilidad de la muerte, te hace reflexionar y replantearte la vida desde la experiencia de lo vivido: el amor, la familia, los amigos... Y ha salido así, en ese orden, sin pensarlo, caprichoso: el amor, la familia, los amigos... Y sólo llego a una conclusión: la vida es oportunidad. Habría que añadir esta acepción también al diccionario: oportunidad, ese momento propicio, aprovechable... esa posibilidad de...

Estar vivo y no aprovechar tal oportunidad es morir, morir de la manera más absurda: por negligencia. 
Y ahora, salgamos a celebrarlo... por si acaso.


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