10 de enero de 2016

Una ciudad sin importancia


Ni las calles ni las plazas de esta ciudad sin importancia son escenarios de ninguno de mis rincones de infancia, ni reconozco sobre sus muros el resplandor de los soles de verano sobre la cal viva, ni la tierra abrasadora del suelo bajo los pies descalzos. En ninguno de sus parques jugué al pilla pilla ni al balón robado con mis hermanos y mis primos. Sobrevuelan estas calles sin importancia escasos vencejos, y juguetones gorriones bañan, junto a unas cuantas palomas, su calor en la fuente de la plaza Mayor. Su piar es casi inaudible, atenuado por el rumor de pequeña ciudad, y su vuelo se pierde entre las alturas de los bloques. No se escucha el canto de las cigarras en verano, ni silba el viento entre los aleros de los tejados en los días grises del invierno. Es el suyo, el de esta ciudad sin importancia, otro bullicio: de terrazas de bares, sobre las que cae lenta la noche y su cansancio, en el verano; y de persianas y toldos blandiéndose por el golpeteo incesante del aire en sus inviernos de frío negro.

Alguien dijo, o escribió, que uno no es de donde nace, sino en donde se hace. Y entre estas calles nos vamos haciendo. ¿Cuántas veces daremos la vuelta al mundo caminando sobre las mismas calles a lo largo de toda una vida? ¿Cuántos pasos necesitan ser dados en un lugar para sentir que eres?

Son sus edificios moles de hormigón a los que no se asoma ninguno de los fantasmas de mis viejos vecinos. Inánimes muros avejentados por el polvo oscuro de los motores de los coches, y de toldos descoloridos. Ni siquiera sus jardines o sus parques guardan un banco en el que pueda reconocerme aprendiendo a besar, ni una mesa de bar en donde tuviese lugar una despedida o un reencuentro, ni una sola esquina en donde buscar un escondrijo para amar alguna vez. Y en ese cementerio, del que diviso los cipreses como lanzas apuntando hacia las nubes blancas en alguna tarde de paseo, ninguna tierra cubre el polvo de mis muertos.

Esta es una ciudad sin importancia, una ciudad que no evoca la vida, la mía, una ciudad en donde no tengo historia, una finita ciudad sin memoria mí. Tierra adoptiva por donde ahora transita este instante que ya suma más de treinta años. Aquí llegué en plena adolescencia. Sin ningún sentido de pertenencia, en esta ciudad sin importancia transcurría mi exilio de lunes a viernes. Lo vital aún seguía en ese pueblo que me vio nacer, porque en él se albergaba toda evocación de lo que había sido hasta entonces. Aquí sólo era una estudiante más que venía de los pueblos, alguien de paso y sin pasado entre sus calles, que pensaba en un futuro en alguna otra parte.

¿Y quién podía saber entonces nada de esto? De esta vida que hoy transcurre casi en el mismo barrio; que mi itinerario habitual es la plaza del Carmen, el punto final de la calle Caballeros, por la que sigo descendiendo casi a diario, y dejo a la izquierda esa residencia que aún sigue siendo de estudiantes y regentada por las mismas monjas. Me dirijo a la plaza Mayor, tomo asiento en alguna de sus terrazas y me ensimismo con esos gorriones y palomas que se bañan en la fuente de Alfonso X, mientras tomo un descafeinado o un zumo de naranja. A veces me acompaño de un libro, otras me siento un poco como el autor de Amos Oz en ‘Versos de vida y muerte’; observo esas caras familiares, como si las conociera desde siempre y de las que en realidad no sé nada, y le invento ese instante de vida, o la vida entera, si hace falta.


Esta plaza de esta ciudad sin importancia, acogió mi maternidad recién estrenada, reciente escenario de la infancia de mis hijas, de sus primeros llantos por un arañazo en las rodillas. Sus parques son el verdor de sus primaveras y el frescor de sus risas infantiles. Y es este sosiego suyo, de pequeña ciudad de provincias, esta calma chica que tantas veces me ha desesperado, la que ha sido fuente de tranquilidad para estas dos infancias que ya han quedado atrás aunque nunca dejen de ser. Ellas sí encontrarán en esta ciudad sin importancia el primer sentimiento de pertenencia, la primera querencia, la memoria que siempre atraviesa el tiempo y la distancia para encontrarse con esos cielos, esos soles, los aromas y los sonidos que de mí se escribieron en otra parte. Esta será para ellas la evocación de lo vivido, una ciudad importante, porque nada que no encuentre su lugar de ser vivido existe, nada que no tenga su lugar es importante.

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